para que aquello durase para siempre, pero no pudo ser.
Desde entonces, puedo dejar de sentir amor en una tarde de
domingo. Ya no volvió a salir de mí ese lazo incondicional.
Tuve que olvidarme de ella de la noche a la mañana. Así
de rápido. Al principio, no paraba de preguntarme por qué.
Luego, comprendí que hay gente que viene para irse.
¿Cómo explicarlo? En primer lugar, si sintieras lo que yo,
seguramente, llorarías. En segundo lugar, no creerías que lo
que más me entristece sea simplemente aquella despedida.
Realmente, es así y yo no puedo hacer nada. La gente me diría
que es una tontería, pero para mí es importante.
Los dos sabíamos que estábamos mal, aunque yo hubiera
aguantado más tiempo. La chica se despidió de mí con un
último beso y con el libro Tokio Blues. Tenía la primera página
marcada. Pese a que yo iba corriendo a todas partes y a veces
no era simpático, no me merecía eso. Para una persona tan
obsesiva como yo, esto era peor que haberme engañado. Sabía
que iba a hacerme preguntas durante mucho tiempo y no
se las podría hacer a ella. Era el peor castigo para mí. Iba a
devorarme el misterio.
Cuando me preguntaron por qué me había afectado tanto
la ruptura, respondí y se rieron. Para la gente, la tristeza tiene
que estar más que justificada. Como si no fuera suficiente
razón que los dos nos hayamos querido mucho y que nuestras
personalidades no encajasen. Lo teníamos todo hecho, hasta
que nos soltamos de la mano y no nos llamamos más. Aunque
no todo el mundo lo hubiera visto así, era triste que ambos nos
hubiésemos roto intentando sostener el amor. ¿Debería haber
mentido? ¿Debería haberles dicho que ella me fue infiel? No.
Desde entonces, he comprendido cómo funciona: la gente
que viene, se va, y yo la dejo ir sin pena. Cuando quieren
volver, yo no les abro. La llave me la tragué, como las lágrimas.
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