Soy impaciente e inquieto. Voy de un lado a otro. Me canso
de lo que hago o lo que veo enseguida. Por eso, este es mi
tercer puesto de trabajo en un año. Siempre me entrego por
completo a mi nuevo descubrimiento y, cuando ya lo domino,
me largo. No sé qué tendría que valorar para quedarme.
Lo que sí siento es una ansiedad continua por que no estoy
viviendo lo suficiente y, quizás, por eso la vida no esté hecha
para mí. Puede ser que solo me quede esperar hasta la muerte
con la más áspera de las impaciencias. Ojalá saber qué me
mantiene alerta, qué he venido a buscar o qué no encuentro.
Si así fuera, le vería algún sentido a estas estas ganas que tengo
dentro de mí. En cambio, no es así y el paso del tiempo me
pone nervioso. Es como si no me diera lugar a hacer algo que
todavía no sé muy bien qué es. Ni idea de qué estoy esperando
ni a quién.
Solo me libero cuando pongo mis pensamientos en un
papel. A veces pienso en ello constantemente y no consigo
parar de hacerlo hasta que escribo una lista. También anoto lo
que quiero hacer y no me da tiempo. Así descanso. Es la única
solución que he encontrado para sentirme más tranquilo.
Descansar para mí también es esperar porque cuando lo he
hecho ha sido obligado. Odio dormir más de lo necesario. No
soporto cuando tengo que guardar cama al caer enfermo. No
es fácil quedarme allí quieto sin hacer nada hasta recuperarme.
A veces hablo conmigo mismo en plural, por el poco
control que tengo sobre mí, sobre mis nervios y lo que me
rodea. Cuando no consigo mantener la calma, me dirijo paso
a paso con la mente. Hago las cosas a conciencia para que no
me frene el miedo. «Ahora hago esto, luego lo otro», me digo.
Con la gente me ocurre igual. Voy de un amor a otro. A
veces temo ser capaz de olvidarme del mundo. No siempre
fui así. Una vez amé con todo mi corazón y estaba preparado
26