EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 60

9 El mismo día que llegaron, se produjo un hecho curioso que Bengler interpretó como un augurio. Por primera vez, crey ó entender una de las oscuras y a menudo contradictorias señales que Daniel le transmitía. Caminaron por la embarrada calle que partía del puerto y buscaron alojamiento en una pequeña posada situada en uno de los callejones que desembocaban en el mar. El posadero, que estaba borracho, observó a Daniel estupefacto. ¿Se trataría de un monstruo de color negro fruto del delirio de su mente? Sin embargo, el hombre que había junto al niño se expresaba muy bien. Pese a que venía de Ciudad del Cabo, no parecía contagiado de ninguna enfermedad tropical que debiese preocuparlo. El posadero les dio una habitación que daba a un pequeño jardín interior. Era muy oscura y bastante pequeña, olía a moho y Bengler rebuscó en su memoria… Una vez estuvo en un lugar que olía exactamente igual. Al cabo de un rato se acordó de que era el buhonero judío con el que un día viajó a Hovmantorp, cuy o abrigo de piel despedía el mismo hedor. Abrió la ventana para ventilar la estancia. Estaban a primeros de otoño, poco después de un periodo de lluvia torrencial, y del jardín emanaba un aroma a humedad. Daniel estaba sentado en la silla, sin moverse, con su traje de marinero, pero y a se había quitado los zuecos. Bengler se sirvió una copa de Oporto, con el fin de infundirse algo de valor ante el futuro y para celebrar que el vapor no se hubiese hundido en la travesía desde Ruán. Se oy ó un silbido procedente del patio y risas de niños. Se sentó a beber en el borde de la cama, que crujió bajo su peso, cuando, de pronto, Daniel se levantó y se dirigió a la ventana. Bengler iba a ponerse de pie, pues tuvo miedo de que el niño se tirase por la ventana, pero Daniel se movía despacio, como a hurtadillas, como si fuese de caza y se acercase sutilmente a su presa. Lo vio detenerse ante la ventana y, medio escondido tras la cortina, observaba lo que sucedía en el jardín. El pequeño no se movía y Bengler se le acercó despacio, y se colocó a su lado. Abajo, en el jardín, dos niñas saltaban a la comba. Tenían más o menos la