EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 60
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El mismo día que llegaron, se produjo un hecho curioso que Bengler
interpretó como un augurio. Por primera vez, crey ó entender una de las oscuras
y a menudo contradictorias señales que Daniel le transmitía.
Caminaron por la embarrada calle que partía del puerto y buscaron
alojamiento en una pequeña posada situada en uno de los callejones que
desembocaban en el mar. El posadero, que estaba borracho, observó a Daniel
estupefacto. ¿Se trataría de un monstruo de color negro fruto del delirio de su
mente? Sin embargo, el hombre que había junto al niño se expresaba muy bien.
Pese a que venía de Ciudad del Cabo, no parecía contagiado de ninguna
enfermedad tropical que debiese preocuparlo. El posadero les dio una habitación
que daba a un pequeño jardín interior. Era muy oscura y bastante pequeña, olía a
moho y Bengler rebuscó en su memoria… Una vez estuvo en un lugar que olía
exactamente igual. Al cabo de un rato se acordó de que era el buhonero judío
con el que un día viajó a Hovmantorp, cuy o abrigo de piel despedía el mismo
hedor. Abrió la ventana para ventilar la estancia. Estaban a primeros de otoño,
poco después de un periodo de lluvia torrencial, y del jardín emanaba un aroma
a humedad. Daniel estaba sentado en la silla, sin moverse, con su traje de
marinero, pero y a se había quitado los zuecos.
Bengler se sirvió una copa de Oporto, con el fin de infundirse algo de valor
ante el futuro y para celebrar que el vapor no se hubiese hundido en la travesía
desde Ruán. Se oy ó un silbido procedente del patio y risas de niños. Se sentó a
beber en el borde de la cama, que crujió bajo su peso, cuando, de pronto, Daniel
se levantó y se dirigió a la ventana. Bengler iba a ponerse de pie, pues tuvo miedo
de que el niño se tirase por la ventana, pero Daniel se movía despacio, como a
hurtadillas, como si fuese de caza y se acercase sutilmente a su presa. Lo vio
detenerse ante la ventana y, medio escondido tras la cortina, observaba lo que
sucedía en el jardín. El pequeño no se movía y Bengler se le acercó despacio, y
se colocó a su lado.
Abajo, en el jardín, dos niñas saltaban a la comba. Tenían más o menos la