EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 45

7 Cuando vio al niño en la piel de cordero, fue como si se viese a sí mismo. Aunque ignoraba por qué. Aun así, estaba seguro. El niño que y acía allí en el suelo era él mismo. Miró inquisitivo a Andersson, que estaba dándole instrucciones a Geijer sobre cómo debía amontonar los sacos de sal para evitar la humedad que, de forma extraordinaria, llegaba incluso a aquel remoto reducto del desierto. —¿Qué significa esto? —preguntó. —Me lo dieron a cambio de un saco de harina. —¿Y por qué está ahí? —No sé, en algún sitio tiene que estar. Bengler sentía crecer el enojo en su interior. Andersson ocupado con sus malditos sacos de sal mientras un niño dormía en el fondo de un sucio cajón. —¿Qué clase de persona cambiaría un saco de harina inerte por un ser vivo? —Algún familiar. Sus padres están muertos. A consecuencia de una guerra tribal, al parecer. O tal vez una venganza. O quizás una de las cacerías que contra los nativos emprenden los alemanes. Suelen hacerlo. El niño no tiene parientes cercanos. Si me hubiera negado al trueque, habría desaparecido en la arena. —¿Tiene nombre? —No, que y o sepa. Y tampoco sé qué hacer con él. O sea, que se quedará aquí, igual que tú. Un visitante casual que al final resulta permanente. Bengler comprendió enseguida qué debía hacer. Había encontrado el escarabajo que buscaba, de modo que volvería a Suecia. El sueño de los insectos y a no le bastaba. En cambio, el niño que descansaba en el cajón sobre la piel de animal era real. —Lo adoptaré. Y me lo llevo conmigo. Por primera vez desde que se inició aquella conversación, Andersson pareció interesado en ella. Dejó el saco de sal sobre uno de los tablones de madera y observó a Bengler con desprecio. —¿Qué has dicho?