EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 20
figuren en un catálogo?
Dicho esto, agarró con sus gruesos dedos una campanilla de plata y la hizo
sonar. Un sirviente negro, desnudo salvo por un fino trozo de tela que le cubría el
bajo vientre, entró y se arrodilló.
—¿Qué quieres? —preguntó Wackman—. ¿Ginebra o no ginebra?
—Ginebra.
El hombre negro desapareció. Bengler vio al otro lado de la ventana que
alguien, con un garrote de madera, azotaba a un buitre colgado por las patas.
Los dos hombres bebieron.
—Tenía pensado vivir de los avestruces —comentó el Pasajero, mientras
sentía que su nombre regresaba poco a poco a su persona: volvía a ser Hans
Bengler, de Hovmantorp.
Wackman lo observó largo rato, antes de contestar.
—En otras palabras, un lunático —dijo por fin—. Piensas dedicarte a cazar
avestruces y exportar las plumas para la confección de sombreros de señora. No
será rentable. Las plumas se pudren antes de que el barco salga siquiera del
puerto.
Ahí murió la conversación. No obstante, Wackman le mostró una resignada
amabilidad y le prometió ay udarle a comprar buey es y un carro, así como a
contratar a los boy eros. A partir de ahí, Bengler tendría que arreglárselas solo.
Según Wackman, no estaría de más que dejase redactado su testamento, si es que
tenía algo que dejar en herencia. O, al menos, la dirección de algún familiar a
quien le interesara saber que los huesos de su pariente descansaban en un lugar
desconocido de un inmenso desierto.
Siguieron bebiendo ginebra. Bengler pensaba en el dulce vino de Oporto que
solía beber con Matilda. Aquel mundo se le antojaba y a como un misterioso
espejismo. Ahora era la ginebra, fuerte y brutal, la que le arañaba la garganta. Y
Wackman, que le hablaba jadeante como si fuese a dejar de respirar en
cualquier momento y le contaba la extraordinaria historia de cómo él, nacido en
Glasgow, fue a parar a Ciudad del Cabo para convertirse en propietario de un
burdel y en representante de la unión sueco-noruega.
Fue por los osos y por una litografía que, de joven, vio en el escaparate de
una librería de Glasgow. La caza del oso en la región sueca de Wermland. No
conseguía olvidar aquella imagen. A la edad de veinte años emprendió su
peregrinación y llegó a Karlstad en pleno invierno infernal. Estuvo a punto de
morir en varias ocasiones solo por el horror que el frío le infundía más que por el
frío en sí. Nunca llegó a ver un oso vivo a pesar de permanecer allí, en medio de
aquella gelidez insoportable, más de dos meses; sin embargo, sí que vio una piel
de oso en la casa de un capitán de artillería jubilado que vivía en la plaza de