EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 195

25 Daniel partió dos días más tarde. Poco después de la una de la noche, cuando estuvo seguro de que todos dormían, se vistió sin hacer ruido y se escurrió saliendo de la cocina con los zuecos en la mano. Se había preparado un hatillo con la arena que quedaba en las cajas de los insectos de Padre, unos trozos de pan y patatas. Cuando salió al patio, sintió el azote del frío. Vaciló y se preguntó si sobreviviría a su viaje hasta el mar. No sabía a qué distancia se encontraba, ni si las llanuras se verían salpicadas de montes o de ciénagas. Finalmente se enrolló bien la bufanda a la cabeza y emprendió la marcha. Sentía a Be y a Kiko llamarlo a gritos. No soplaba la menor brisa y había nubes en el cielo. Estaba resuelto a dirigirse hacia el sur. La noche anterior, había salido y tomado como guía una estrella del sur. Siguió el camino que discurría ante la casa en la que vivía Sanna y echó a correr en dirección a unos campos cuando un perro empezó a ladrar. No se detuvo hasta que el animal se calló. El frío le rasgaba los pulmones. Le había contado a Sanna que pensaba marcharse. Se lo dijo mientras, sentados en la colina, ella escarbaba en el barro en busca de las criaturas invisibles que suponía allí enterradas. Ella le repitió lo que y a le había dicho, que estaba loco, que lo encontrarían y lo traerían de nuevo. Una persona a la que iban a crucificar no tenía posibilidad de escapar. Finalmente, Daniel comprendió que la niña no lo creía. Y que jamás se plantearía acompañarlo. Cuando la niña se marchó a casa, él la siguió con la mirada hasta perderla de vista. Y así se imaginaba su propia desaparición. Él también correría, a través de la noche, y cuando Edvin y Alma despertasen por la mañana, y a no estaría. Esparció un puñado de arena sobre la cama con la esperanza de que crey eran que se había transformado en aquellos granos. A su alrededor reinaba la oscuridad y el frío lo destrozaba. Fue abriéndose camino por los estrechos senderos que serpenteaban entre los campos de cultivo. La tierra estaba helada y y a no se le adhería a las suelas de los zapatos. De vez