EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 195
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Daniel partió dos días más tarde. Poco después de la una de la noche, cuando
estuvo seguro de que todos dormían, se vistió sin hacer ruido y se escurrió
saliendo de la cocina con los zuecos en la mano. Se había preparado un hatillo
con la arena que quedaba en las cajas de los insectos de Padre, unos trozos de
pan y patatas. Cuando salió al patio, sintió el azote del frío. Vaciló y se preguntó si
sobreviviría a su viaje hasta el mar. No sabía a qué distancia se encontraba, ni si
las llanuras se verían salpicadas de montes o de ciénagas. Finalmente se enrolló
bien la bufanda a la cabeza y emprendió la marcha. Sentía a Be y a Kiko
llamarlo a gritos. No soplaba la menor brisa y había nubes en el cielo. Estaba
resuelto a dirigirse hacia el sur. La noche anterior, había salido y tomado como
guía una estrella del sur. Siguió el camino que discurría ante la casa en la que
vivía Sanna y echó a correr en dirección a unos campos cuando un perro empezó
a ladrar. No se detuvo hasta que el animal se calló. El frío le rasgaba los
pulmones.
Le había contado a Sanna que pensaba marcharse. Se lo dijo mientras,
sentados en la colina, ella escarbaba en el barro en busca de las criaturas
invisibles que suponía allí enterradas. Ella le repitió lo que y a le había dicho, que
estaba loco, que lo encontrarían y lo traerían de nuevo. Una persona a la que iban
a crucificar no tenía posibilidad de escapar.
Finalmente, Daniel comprendió que la niña no lo creía. Y que jamás se
plantearía acompañarlo.
Cuando la niña se marchó a casa, él la siguió con la mirada hasta perderla de
vista. Y así se imaginaba su propia desaparición. Él también correría, a través de
la noche, y cuando Edvin y Alma despertasen por la mañana, y a no estaría.
Esparció un puñado de arena sobre la cama con la esperanza de que crey eran
que se había transformado en aquellos granos.
A su alrededor reinaba la oscuridad y el frío lo destrozaba. Fue abriéndose
camino por los estrechos senderos que serpenteaban entre los campos de cultivo.
La tierra estaba helada y y a no se le adhería a las suelas de los zapatos. De vez