EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 190

—Si gritas cuando te estén clavando, te prometo que y o también me pondré a gritar. Así tal vez te duela menos. —Gracias. —Pero no podrán tenerte ahí clavado días y días, porque eres una persona y las personas muertas terminan oliendo mal. Pero y o iré a poner flores sobre tu tumba. —Gracias. Sanna calló unos minutos. Daniel trataba de decidir cuándo marcharse. ¿Debía esperar o sería mejor partir aquella misma noche? Comprendió que Sanna jamás se atrevería a huir con él. Además, seguramente no tendría la paciencia necesaria para aprender a caminar sobre las aguas. Aun así, quería contárselo. Tenía que compartir sus pensamientos con alguien. Y tal vez pudiese ay udarle dirigiendo a quienes saliesen a buscarlo en el sentido equivocado. Y se lo contó. Pensaba marcharse. Quizás aquella misma noche. Buscaría el mar y, cuando supiese cómo hacer para que el agua aguantase su peso, caminaría hasta llegar a casa. Sanna lo escuchaba boquiabierta. —Estás loco —concluy ó cuando Daniel dejó de hablar—. No comprendo la mitad de lo que dices, pero lo que sí entiendo es que estás tan loco como y o. —¿Qué significa estar loco? —Como y o. Ser tonto. Yo no entiendo lo que la gente me dice. No soy capaz de aprender a leer y a escribir. A veces oigo que soy tonta, otras que soy retrasada. Solo que no soy lo bastante tonta como para que me encierren en el manicomio. —¿Por qué te tiró del pelo tu padre? Sanna le pellizcó la nariz con tal fuerza que se le saltaron las lágrimas. —Él no es mi padre. Mi padre está muerto. Y mi madre también. Vivo con ellos porque me vendieron. Daniel no comprendía. —¿Es el hermano de tu padre? —Se llama Hermansson y me toca debajo de la falda cuando Elna no lo ve. Por las noches viene a mi cama y me toquetea bajo la manta. Yo no quiero, pero él me dice que me calle, que si no me manda al manicomio y que allí me pasaré los días metida en una bañera de agua fría. Daniel no comprendía el alcance de sus palabras, pero leía en la expresión de su rostro que el dolor que ella sentía era similar al suy o. Pensó que cuando estuviese por fin en casa, la recordaría y que seguramente soñaría con ella por las noches. —Tallaré tu cara en la roca —le dijo—. Junto al antílope. —¿Qué es eso? —Un animal. Daniel se levantó y cruzó los brazos sobre la cabeza, formando la cornamenta