EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 189

salvaje. A veces se me olvida. Te espera un largo camino. Pero lo recorreremos juntos. Ya puedes irte, pero quiero que vuelvas mañana. Daniel no se movió hasta que Hallén desapareció tras el alto retablo del altar. Entonces salió volando de la iglesia. Corrió todo el camino de vuelta a casa y, cuando llegó a la colina, estaba empapado en sudor. Sabía que faltaban cinco días para el domingo. Entonces lo clavarían a unos maderos. Antes tenía que averiguar dónde estaba el mar. Debía marcharse, aunque aún no supiese caminar sobre las aguas, debía esconderse hasta que hubiese aprendido. Gritó los nombres de Kiko y Be. Gritó tanto como pudo. Pero no obtuvo más respuesta que los inquietos chillidos de los pájaros negros. Cay ó en el suelo y se acurrucó con la cabeza entre las piernas. La larga carrera lo había agotado. Hacía frío y se sentía muy cansado. Cuando despertó, vio a Sanna a su lado. —Te oí gritar —le dijo la niña—. ¿Por qué te has echado a dormir aquí? Puedes morir congelado. No sabía cuánto tiempo llevaba durmiendo allí. Soñó que estaba clavado a dos maderos cruzados. Fue el mozo quien lo crucificó, y las dos sirvientas dormían a sus pies tapadas hasta la barbilla. —Van a crucificarme —le dijo Daniel. —¿Qué dices? —Que van a clavarme a unos maderos. Y me colocarán en la iglesia. Sanna meneó la cabeza. —¿Quién te ha dicho eso? —Hallén. —¿Que el pastor va a clavarte a unos maderos? No puede. Está prohibido. A la gente pueden cortarle la cabeza, pero no clavarla en un madero. —Él me lo dijo. Sanna lo miró reflexiva. Cuando pensaba, se mordía los labios. —Tal vez esa regla no se aplique a los negros —le dijo—. A la gente como tú quizá sí que se la pueda crucificar. —Sanna lanzó un grito tan agudo que los pájaros alzaron el vuelo desde las copas de los árboles—. No, no puede hacerlo. —Pienso irme. —¿Adónde vas a ir? Te buscarán y te atraparán. —Me esconderé. —Pero si eres negro. No puedes esconderte. —Me haré invisible. Sanna empezó a morderse los labios otra vez. —¿Sabes hacerlo? —No. La niña se sentó junto a él y le tomó la mano.