EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 184

—Yo creo que aquí y a ha habido bastantes golpes por hoy. Tenemos que poder volver a casa sin sentir que debería tragarnos la tierra, ¿no crees? Edvin seguía meneando la cabeza. Daniel esperaba impaciente, pues quería salir. Deseaba estar con Sanna. Aunque no le permitiesen hablar con ella, al menos podría verla. Alma le tomó la mano. —Venga, nos vamos —dijo resuelta—. O te quedas ahí o te vienes con nosotros. Edvin la miró suplicante. —¿Qué vamos a hacer? ¿Y si fue un error que lo acogiéramos? —Ya hablaremos de eso después. Ahora, vay ámonos a casa. Edvin se agachó a recoger el gorro. El hombre que estaba tumbado en el banco se levantó, aún con el pañuelo en la nariz. —Me ha roto el tabique —dijo con la voz empañada. —Hay un médico en Simrishamn —respondió Alma—. Si no hubieses gritado tanto ni lo hubieses acusado, esto no habría ocurrido. Daniel jamás había oído a Alma expresarse con tanta determinación. El hombre del banco no supo qué decir y volvió a tumbarse. Cuando llegaron a la loma que se extendía ante la iglesia, la vieron abarrotada de gente. Edvin se lamentó y Alma respiró hondo. Un sendero de silencio se iba abriendo a su paso, con Alma a la cabeza. Daniel buscaba a Sanna y, al no verla, se puso nervioso. ¿Habrían sido figuraciones suy as? ¿Acaso no sería su rostro el que vio por la ventana? Cuando por fin la vio, encaramada al muro de la iglesia. Lo saludaba con disimulo. Daniel alzó la mano para responder, pero Alma se la bajó enseguida. La gente guardaba un denso silencio a su alrededor. Edvin avanzaba con paso cansado detrás de ellos dos. Hasta que no llegaron al camino, no los alcanzó y siguió a su lado. —¿Lo has visto? —preguntó. —Lo he visto —respondió Alma—. Y lo he sentido. Pero no me molesta. Ni me molestaré en comprender por qué lo hizo. Edvin se detuvo. —¿Una víbora en pleno invierno? ¿De dónde la sacó? —No lo sé —admitió Alma—. Pero no quiero que vuelvas a azotarlo. Daniel se preguntaba qué habría ocurrido. Pensaba que Sanna era la única que podía darle respuestas. Poco a poco, sintió que lo invadía la alegría. Había alguien que ahuy entaba su soledad. Alguien que también era capaz de comprenderlo. Pensó en el agua, en la piel mojada que debía aprender a conocer sus pies. De repente, tuvo la certeza.