EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 177
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El día siguiente era domingo. Daniel se despertó temprano, como de
costumbre. Los domingos, las sirvientas se turnaban para quedarse durmiendo
hasta más tarde. También el mozo podía descansar una hora más que de
costumbre. Daniel se levantó y se vistió en silencio. Sintió el suelo helado bajo sus
pies. El mozo, tumbado en la cama, lo observaba con un ojo abierto. Le hizo una
seña a Daniel para que se acercase. A él no le gustaba aquel muchacho, pero no
se atrevió a desobedecer.
—Retírale la manta a esa —le susurró el mozo—. Con un poco de suerte, se le
ha subido el camisón.
Aquello sucedía todas las mañanas, con independencia de cuál fuese la
muchacha que se quedaba durmiendo. Daniel no lograba comprender por qué al
mozo le gustaba tanto dedicar aquella hora libre a ver las piernas desnudas de las
sirvientas. Pero hacía lo que le pedía. La muchacha se movió un poco, pero no se
despertó. El camisón se le había deslizado hasta la cintura. El mozo estaría
satisfecho. Daniel se apresuró a ir a la cocina.
Llovía. Y una espesa niebla cubría los campos. Los pájaros estaban
inmóviles, posados sobre los árboles del bosquecillo. Alma sacaba agua del pozo.
Edvin, a su lado, escrutaba la niebla. A lo lejos se oy ó mugir a una vaca. Daniel
llevaba los zapatos en la mano. Corrió al cobertizo, dónde la sirvienta ordeñaba
las vacas. Cuando entró en el cálido ambiente del cobertizo, uno de los gatos se
frotó contra su pierna. Se tumbó sobre la paja y se cubrió con ella, de modo que
solo el rostro quedaba visible. Aquella noche soñó que Sanna gritaba su nombre.
La estuvo buscando y, de repente, se vio a sí mismo en el barco que navegaba en
medio de una fuerte tormenta. Sanna estaba sentada en el extremo de uno de los
mástiles y lo saludaba desde allí. Pero cuando se disponía a trepar, alguien le
agarró la nuca y lo retuvo. Daniel giró la cabeza para ver quién era, pero no
había nadie. Solo el viento, que le inmovilizaba el cuello con su puño invisible.
Tumbado sobre el montón de paja, Daniel pensaba en el sueño. No le resultó