EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 177

23 El día siguiente era domingo. Daniel se despertó temprano, como de costumbre. Los domingos, las sirvientas se turnaban para quedarse durmiendo hasta más tarde. También el mozo podía descansar una hora más que de costumbre. Daniel se levantó y se vistió en silencio. Sintió el suelo helado bajo sus pies. El mozo, tumbado en la cama, lo observaba con un ojo abierto. Le hizo una seña a Daniel para que se acercase. A él no le gustaba aquel muchacho, pero no se atrevió a desobedecer. —Retírale la manta a esa —le susurró el mozo—. Con un poco de suerte, se le ha subido el camisón. Aquello sucedía todas las mañanas, con independencia de cuál fuese la muchacha que se quedaba durmiendo. Daniel no lograba comprender por qué al mozo le gustaba tanto dedicar aquella hora libre a ver las piernas desnudas de las sirvientas. Pero hacía lo que le pedía. La muchacha se movió un poco, pero no se despertó. El camisón se le había deslizado hasta la cintura. El mozo estaría satisfecho. Daniel se apresuró a ir a la cocina. Llovía. Y una espesa niebla cubría los campos. Los pájaros estaban inmóviles, posados sobre los árboles del bosquecillo. Alma sacaba agua del pozo. Edvin, a su lado, escrutaba la niebla. A lo lejos se oy ó mugir a una vaca. Daniel llevaba los zapatos en la mano. Corrió al cobertizo, dónde la sirvienta ordeñaba las vacas. Cuando entró en el cálido ambiente del cobertizo, uno de los gatos se frotó contra su pierna. Se tumbó sobre la paja y se cubrió con ella, de modo que solo el rostro quedaba visible. Aquella noche soñó que Sanna gritaba su nombre. La estuvo buscando y, de repente, se vio a sí mismo en el barco que navegaba en medio de una fuerte tormenta. Sanna estaba sentada en el extremo de uno de los mástiles y lo saludaba desde allí. Pero cuando se disponía a trepar, alguien le agarró la nuca y lo retuvo. Daniel giró la cabeza para ver quién era, pero no había nadie. Solo el viento, que le inmovilizaba el cuello con su puño invisible. Tumbado sobre el montón de paja, Daniel pensaba en el sueño. No le resultó