EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 171

—¿El agua? —Él era capaz de caminar sobre las aguas. Hallén asintió. En realidad, le disgustaba que el niño posey era aquellos conocimientos. Le habría gustado invertir todas sus energías en convertir a aquel niño negro. En convertir al salvaje en ser humano. Y ahora le daba la impresión de que alguien hubiese empezado y a ese trabajo. —¿Lo viste en el desierto? ¿Acaso había allí una iglesia? —Me llamo Daniel. Creo en Dios. ¿Dónde está el agua? Hallén trató de leer sus pensamientos. Podía entender que una persona del desierto hablase del agua, pero ¿qué era lo que buscaba Daniel exactamente? El pastor decidió ir poco a poco. En la triste monotonía que llenaba su quehacer diario, el niño negro podía ofrecerle el reto que tanto había añorado. —Te lo explicaré todo sobre el agua —le dijo—. Pero antes, quisiera que me hablaras de ti. De dónde eres. Y por qué no quieres llevar zapatos. —Porque pesan. —Sí, son pesados, pero si no te los pones, puedes enfermar. Daniel no dijo nada más. Hallén siguió haciendo preguntas, pero no obtuvo más respuestas. Al cabo de un rato, entró el sacristán, que se llamaba Ny lander. —Tengo visita —le dijo Hallén, que detestaba a Ny lander. Llevaban irritándose el uno al otro demasiados años. A menudo ansiaba el día en que le tocase enterrarlo. —Ya lo he visto. Pero me pregunto qué hace aquí. —La iglesia está para todos. Y los caminos del Señor son inescrutables. Por cierto, no quiero que guarde usted el aguardiente debajo de la pila bautismal. Ny lander salió sin dignarse responder. Hallén oy ó cómo resonaban las palas. Ny lander iba a cavar una tumba para un bracero que había muerto de gangrena. Hallén seguía esperando, pero Daniel guardaba silencio. Y seguía buscando con la mirada. Hallén esperó media hora. Después optó por mostrarse más paciente con el niño. Le llevaría mucho tiempo acercarse a él. —Vuelve mañana —le dijo—. Si respondes a mis preguntas, te hablaré del agua. Daniel se inclinó, tomó los zuecos y se marchó. Hallén fue a sentarse en la sacristía. A través de una de las pequeñas ventanas vio cavar a Ny lander. Enseguida se enojó. Ny lander era un vago, lento para trabajar. Un hombre que tenía que cavar un hoy o debía ejecutar su trabajo con fuerza y persistencia. Cerró los ojos y se imaginó en un desierto, rodeado de hombres negros preparados para la oración. Se vio a sí mismo, con un sombrero blanco en la cabeza y muy joven. Daniel fue corriendo desde la iglesia hasta la colina de detrás de la casa. Una