EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 157
—Me llamo Daniel. Creo en Dios.
—Exacto. Y vivirás aquí hasta que y o regrese.
Daniel sintió que el pavor crecía en su pecho.
—¿Mañana? —preguntó.
Las lágrimas empezaron a quemarle los ojos. Aquel río secreto que se abría
paso a través de los diques. El río de dolor que todos los hombres llevaban dentro
y del que Be le había hablado.
—Puede que no mañana mismo, pero sí muy pronto.
De repente, Daniel comprendió que Padre se marchaba y a, que ni siquiera
tendrían tiempo de una auténtica despedida. Madsen se había alejado en
dirección al carromato y esperaba.
Daniel soltó un grito y se aferró a Padre. Si él desaparecía, todo estaría
perdido. Padre lo abandonaba, le mentía al decirle que pensaba volver. Lo había
llevado hasta allí tan lejos como pudo del mar.
—Contrólate —lo conminó Padre—. Es por tu bien.
Daniel gritaba, como un animal camino del matadero. Cuando Padre intentó
liberarse de sus brazos, Daniel se le aferró con los dientes a la muñeca. Padre dio
un tirón y cay ó de espaldas en el lodo. El hombre que se llamaba Edvin tiró de
Daniel, pero el niño no se soltaba. Los dientes era el último enclave que le
quedaba en la vida.
Pero no tuvo fuerzas para resistir. Padre se levantó con la muñeca llena de
sangre.
—¡Esto no funciona! —dijo la mujer indignada—. El niño sufre con la
separación.
—Funcionará de maravilla —dijo Padre—. Las despedidas siempre son
dramáticas.
—Debería decirle la verdad —dijo el hombre, aún sujetando a Daniel—.
Debería decirle la verdad sobre la duración del viaje.
—Él sabe que volveré. Cuando me hay a ido, se calmará.
Daniel notó que el hombre lo sujetaba con menos fuerza. Se soltó y se
encaramó de nuevo a Padre. Ahora sabía que no era suficiente con las manos,
que tenía que engancharse con los dientes como un animal desesperado, morder;
e intentó alcanzar con la boca la garganta de Padre. Pero este lo golpeó en la
cara con tal fuerza que cay ó al suelo. La bofetada aterrizó en la nariz y Daniel
empezó a sangrar.
—¡Qué te calmes te digo! —le gritó Padre—. Todo lo que hago, lo hago por ti.
Quiero que te quedes aquí hasta que y o vuelva.
—No funcionará —gritó la mujer.
—Funcionará —aseguró Padre—. En cuanto me vay a se tranquilizará.
Dicho esto, se dio la vuelta y se encaminó al carromato. Se puso un pañuelo
contra la herida sangrante de la muñeca. Daniel intentó correr tras él, pero el