EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 15
Salvo a Matilda, a nadie le contó su plan. Ella iba a verlo todos los jueves, de
cuatro a seis de la tarde. Además de acostarse con él, siempre en la misma
posición, ella encima de él, Matilda le lavaba las camisas y luego solían beber
vino de Oporto y charlar un rato. Matilda tenía diecinueve años y había huido de
Landskrona el día en que su padre intentó primero violarla y, después, prenderle
fuego. Durante un breve espacio de tiempo trabajó de sirvienta, hasta que se
deshizo del delantal y la servidumbre y buscó trabajo en los burdeles. Tenía el
pecho plano, pero era amable y no imponía ninguna exigencia al erotismo, salvo
que debía ser suave, ni tortuoso ni extático. A ella le contó el viaje que pensaba
emprender al año siguiente recién entrada la primavera cuando, según le habían
asegurado, en el sur de África no hacía aún demasiado calor. Ella lo escuchó sin
más interés que el de saber que a partir de entonces tendría que buscarse a otro
cliente fijo.
En una ocasión, él le propuso que lo acompañase.
—Yo no hago viajes por mar —le respondió ella indignada—. La gente se
muere en esos viajes, se hunde hasta el fondo y no vuelve jamás a la superficie.
Y eso fue todo.
Aquel año, el invierno se presentó suave en Escania. A principios de may o se
marchó de Prästgatan. A los pocos amigos que tenía les dijo que haría un viaje no
demasiado largo por Europa y que no tardaría en volver.
Un pesquero lo llevó hasta Copenhague y, durante tres semanas, vivió en una
posada muy económica de Ny havn, entre marineros. Un domingo, mientras
paseaba, presenció una decapitación. No fue al teatro ni a visitar museos. Se
dedicaba a hablar con los marineros y a esperar. Había reducido el equipaje al
mínimo. Todo cabía en un sencillo baúl que encontró en el desván de la casa de
Prästgatan. Guardó sus mapas, las láminas y los libros. Unas camisas, un par más
de pantalones y las botas de piel. En Copenhague compró un revólver y
munición. Nada más. El dinero que tenía lo llevaba en oro, dentro de una bolsa de
piel que ocultaba bajo la camisa.
Además se cortó bien el pelo y empezó a dejarse barba. Y esperaba.
El 23 de may o se enteró de que una goleta inglesa de nombre El Zorro
partiría de Helsingör rumbo a Cardiff y de allí a Ciudad del Cabo. Ese mismo día
dejó la posada y salió para Helsingör en el carro de posta. Buscó al capitán de la
goleta, pintada de color negro, y este aceptó que los acompañase como pasajero.
No obstante, le advirtió que no podía ofrecerle un camarote propio. Bengler pagó
por el viaje aproximadamente la mitad de lo que llevaba en la bolsa de piel.
La tarde del 25 de may o El Zorro zarpó de Helsingör.
Mientras miraba por la borda, sintió que lo empujaba una fuerza. Su pecho
albergaba mástiles donde se izaban velas. Algo tiraba de él, como si llevase un
cabo atado al corazón. De repente sintió deseos de volver a ser niño. De saltar a