EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 145

Padre le clavó la mirada. —Salió corriendo —explicó—. Y puede que me denuncie. Será un escándalo. Me perseguirán. O sea, hay que cambiar de planes. Daniel intentó pronunciar el nombre del señor con el sobretodo rojo, pero no lo consiguió. Pese a todo, Padre comprendió a quién se refería. —Sí, Wickberg también me perseguirá. No sé qué es peor. Rasgarle la ropa a una mujer o romper un contrato. Volvió a tomar un trago de la botella y Daniel se dio cuenta de que le temblaba la mano. —Comenzaremos una nueva vida —aseguró Padre—. Una vida que empezará ahora, esta misma noche. —¿Adónde vamos? —Te lo diré cuando lo sepa. El carruaje empezó a rodar otra vez. Daniel se enroscó en la manta, aspirando su propio calor. Se acarició la mejilla y recordó el tacto de la mujer de manos delgadas. Daniel se despertó al detenerse el carruaje. Estaba solo. Vio a Padre fuera, hablando con el muchacho. Ya había empezado a clarear el día y aún se encontraban en el bosque, aunque y a era menos espeso. Se veían campos y plantaciones y entre los árboles se vislumbraba un lago. Había niebla. Daniel notó que tenía frío y se arrebujó mejor en la manta. Había tenido un sueño. Él llevaba el antílope en su interior pero Kiko no se encontraba allí. Era como si el antílope lo hubiese estado buscando a él, o a alguien que terminase el trabajo, que le pintase los últimos trazos de los ojos y que tallase las últimas muescas de su carrera. Padre abrió la puerta del carruaje. —Nos bajamos aquí —le dijo—. El equipaje seguirá hasta el puerto, pero nosotros nos bajamos aquí. Daniel obedeció. Tenía el cuerpo entumecido. Padre parecía tan asustado como por la noche, pero y a no tenía los ojos vidriosos y Daniel comprendió que había tomado una decisión. El muchacho bajó una de las maletas que estaba amarrada al techo. —Te perseguiré hasta los infiernos si no haces lo que te digo —lo amenazó. —Por todo este dinero, uno hace lo que le dicen. —Venga, márchate y a. El muchacho espoleó a los caballos y se perdió por los meandros del camino. Estaban solos y Daniel tiritaba de frío. Padre tenía prisa. Abrió la maleta y empezó a tironear y a esparcir por el suelo ropa, cepillos y peines hasta que encontró lo que buscaba: una camisa blanca que, para asombro de Daniel, empezó a hacer jirones. Y no paró hasta haberla destrozado entera y el cuello