EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 141
—Que no hubo ningún león.
Daniel escuchaba. Supo que Padre estaba nervioso por como hablaba. Pero la
mujer se mostraba muy tranquila. Su corazón no latía más acelerado que antes.
—Esta situación podría considerarse como una completa indecencia —
observó Padre—. Una mujer adulta que se desnuda e interroga a un niño. Y por
si fuera poco, un niño negro, que podría ser portador de enfermedades
desconocidas. Si esto saliera a la luz, los tribunales o el manicomio serían una
consecuencia probable.
—No tengo miedo.
Ella apartó despacio la cabeza de Daniel y la dejó reposar sobre la alfombra.
Después se levantó y empezó a abrocharse el vestido.
—Todo esto me parece patológico y peligroso —declaró Padre—. Tiene
usted a mano a un hombre, pero decide violentar a un niño.
Daniel oy ó el estallido y comprendió de inmediato qué había ocurrido. La
mujer había abofeteado a Padre con su blanca mano delgada.
Sin embargo, lo que sucedió a continuación no habría podido imaginarlo
jamás. Un hombre que recibía una bofetada de una mujer debía quedar hundido,
debía retirarse, encogerse. Padre, en cambio, se abalanzó sobre ella rugiendo. No
intentó desabotonarle el vestido, sino que rasgó y tiró de las faldas hasta hacer
saltar las costuras. Daniel se incorporó y quiso interponerse entre ella y Padre,
pero este lo apartó de un empujón y arrastró a la mujer hasta la cama. Daniel
pensó que debería defenderla, pero al mismo tiempo recordó a los hombres que
llegaron a caballo y mataron a Be y a Kiko antes de cortarles las orejas. Padre
era como ellos. La mataría y le cortaría las orejas y lo único que él podía hacer,
una vez más, era esconderse.
Echó a correr como una exhalación, bajó las escaleras y salió a la calle.
Estaba lloviendo, pero él no se dio cuenta. Se precipitó calle abajo, en dirección
al agua y, una vez en el muelle, se metió dentro.
Jamás aprendería a caminar por el mar. Padre le cortaría las orejas y
después no quedaría nada más que un Daniel muerto, lejos de aquellos que
y acen enterrados en la arena, esperándolo.
Se adentró en las aguas. Pensó que bien podía hundir la cabeza bajo la
superficie y desaparecer.
El frío le atravesaba el cuerpo.
Su último pensamiento fue para el antílope.