EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 136
Padre tomó un trago de uno de los vasos que, según Daniel había aprendido
y a, se llamaba « trago» . Después echó el aliento muy satisfecho.
—Además, mañana habrá cena después de la actuación. Invita un escritor, un
tal Ehrenhane.
—¿Y qué escribe?
—Bodrios pretenciosos. Laudatorias a la casa real, muy celebradas. Pero
luego se mofa de sus convicciones y va a Copenhague a visitar a las putas,
conspira con los radicales y, de vez en cuando, invita a cenar a los vagabundos.
—¿Como y o, quieres decir?
—En absoluto. Pero a esta ciudad no vienen muchos visitantes de países
lejanos. Además, de joven era un apasionado coleccionista de plantas. De hecho,
guarda en su casa un impresionante repertorio de hojas de roble.
Daniel picoteaba en la comida. Aún tenía un nudo en el estómago. Sabía que
en algún lugar, no demasiado lejos, estaba la mujer del velo rojo.
—¿No tienes hambre? —preguntó Padre al darse cuenta de que solo hurgaba
en el plato.
—Me duele el estómago.
—Está cansado —concluy ó Wickberg—. Pueden llevarle un bocadillo a la
habitación.
—Gracias.
Padre lo escrutó un instante.
—¡Nada de excursiones esta noche!
—No —respondió Daniel—. Esta noche voy a dormir.
Encontró él solo la escalera que subía a la habitación y, una vez allí, se colocó
junto a la ventana y se puso a mirar la calle. Había un poste solitario en cuy o
extremo chisporroteaba un farol. Sabía que Padre lo ataría si se le ocurría salir. Y
eso le imposibilitaría todo. Se le prohibiría el agua. Al mismo tiempo, estaba
convencido de que tenía que ver a la mujer que vigilaba desde detrás de la pila
de leña. Ella había acudido a aquella ciudad por él, estaba seguro. Tal vez quisiera
hablar con Padre de sus viajes y seguir escuchando sus mentiras. Sin embargo, la
mujer había comprendido que nunca hubo ningún león. La mujer había ido a
Strängnäs para escuchar su historia y tal vez pudiese ay udarle a caminar sobre
las aguas.
Permaneció allí inmóvil, junto a la ventana. Un perro atravesó a la carrera el
haz de luz, con un destino desconocido. Poco después pasó un hombre
tambaleándose. Se apoy ó contra el poste de la luz y vomitó antes de desaparecer
de su vista.
De pronto, llamaron a la puerta. Daniel dio un respingo. Pensó que era Padre
que llamaba para comprobar si diría « Entre» o si abriría sin cerciorarse de
quién llamaba. Aguardó un instante. Volvieron a llamar. Unos golpecitos muy
discretos. Daniel se imaginó a la perfección la mano. Sin los guantes era blanca y