EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 133
—No te lo permitiré —le advirtió—. Es poco lo que te exijo, pero si y o digo
que hubo una vez un león, lo hubo. Ese león nos proporcionará dinero. Atraerá al
público; a más público que los leones de verdad que a veces exhiben en jaulas o
en fosos.
Alzó en su mano los pantalones de Daniel y le recriminó:
—Están sucios. No sé cómo lo haces. Ahora no disponemos de tiempo para
lavarlos. Tendremos que hacerlo cuando lleguemos a Strängnäs.
Daniel se levantó. Le pesaban las piernas y aún tenía los pies pegajosos del
fango del agua. Padre se afeitaba canturreando ante el espejo. Daniel vio en sus
ojos a la mujer.
Subieron a bordo del mismo barco en el que llegaron la jornada anterior,
zarparon y emprendieron la travesía por una bahía que se iba angostando hasta
convertirse en un estrecho entre islas de escasa altitud. A bordo de la
embarcación llevaban dos caballos. Un niño de la edad de Daniel los sujetaba
con una cuerda. El niño miró a Daniel, pero sin descaro. Daniel se sentó a su
lado. El pequeño le tocó el cabello y se echó a reír. Daniel señaló los caballos.
—Van a sacrificarlos —explicó el niño—. Cuando lleguemos a Strängnäs, les
darán con un mazo en la cabeza.
—¿Por qué?
—Porque son viejos.
—Yo he visto un león —le dijo Daniel—. Me arrastró consigo para
devorarme.
El niño miró a Daniel inquisitivo.
—No me lo creo —dijo al cabo de un rato—. Creo que estás mintiendo.
—Gracias —contestó Daniel tendiéndole la mano.
El niño la aceptó y se la estrechó con decisión.
Por la tarde fondearon junto a un muelle donde bajaron a tierra. Wickberg y a
estaba allí esperándolos. Y algo más allá, detrás de unos montones de leña,
Daniel vislumbró a la mujer del velo rojo.
En ese momento, decidió que a ella podía contarle la verdad. Ella escucharía
lo que tenía que decir.