EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 126
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Be, a la que le gustaba mucho jugar, se puso un día un trozo de piel de kudú en
la cabeza y se lo sujetó con una cinta roja, para que no se lo llevara el viento.
Cuando Daniel vio aparecer a la mujer vestida de negro por el pasillo entre las
sillas de terciopelo rojo, pensó que era una enviada de Be. La noche anterior fue
Kiko quien apareció en la penumbra. Él debió de contárselo a Be y ahora era ella
la que se presentaba, aunque no en persona, sino que enviaba a alguien en su
lugar. Era una mujer joven, más joven que Padre y que Be o Kiko. Estaba seguro
de que aún no tenía hijos. Al ver a Daniel sonrió. Padre se enderezó y estiró los
dedos nervioso. Daniel pensó que era igual que Kiko, en cuanto una mujer
hermosa se cruzaba en su camino tensaba los músculos de las piernas y se
pasaba la mano por la nariz. Be solía reírse de él. A veces le daba un mordisco en
el brazo. Entonces Kiko se sonrojaba y le decía que bien era verdad que la mujer
que acababa de pasar era muy hermosa, pero que de ningún modo había
despertado su deseo.
Padre era igual. Algo sucedió cuando la mujer del velo rojo se acercó al
podio.
—Espero no molestar —dijo la joven—. He presenciado su espectáculo, o tal
vez debiera decir su conferencia. Y me ha gustado lo que he oído. Y lo que he
visto.
—Los insectos son seres que pasan inadvertidos —respondió Padre—. Pero
pueden enseñarnos mucho sobre la existencia. No solo la diligencia de las abejas
o la fuerza de las hormigas. Hay saltamontes que hacen gala de un ingenio
importante. Y un himenóptero que tiene la extraordinaria capacidad de
transformarse en una piedra.
—Y el niño —dijo la mujer señalando a Daniel—. Ha sido muy sugerente.
Padre se alisó el pañuelo.
—Mi nombre es Hans Bengler —se presentó—, tal como se anunció al
principio de la conferencia. ¿Con quién tengo el honor de hablar?
—Ina My rén. Escribo noticias para uno de los diarios de la capital.