EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 121
—¿Qué hace exactamente un « presentador» ?
—Se encarga de gente como vosotros. Gente que tiene algo extraordinario
que ofrecer pero que no sabe cómo sacarle rentabilidad.
Padre rechazó la sugerencia con un gesto vehemente.
—Es decir, una especie de mercader buhonero.
—En absoluto. Solo trabajo con propuestas serias. Insectos sí, pero nada de
enanos que saltan y hacen volteretas. Exhibir a personas de color negro
contribuy e a la formación de la gente. A diferencia de exhibir a mujeres
seductoras que se retuercen con perezosas serpientes pitón. Vivimos en una época
en que lo serio adquiere cada vez más importancia.
Padre soltó una carcajada.
—Yo no tengo esa impresión precisamente.
—Usted ha pasado mucho tiempo fuera. Las cosas cambian rápido. Hace un
par de años, uno no podía dedicarse a viajar por todo el país y congregar a un
numeroso público, previo pago, teniendo como atracción principal a un hombre
que rebuscaba en la tierra viejos objetos de cobre. Quizás aún no funcione. Pero
y a llegará. La gente no solo busca entretenimiento, señor Bengler, sino también
educación.
—O sea, como el barón Hake, ¿no es así?
—Ese hombre es un hipócrita, si se me permite la expresión. Representa el
papel ante los auténticos amigos de los trabajadores, pero en el fondo los odia.
Dicen que la situación en su herrería de Roslagen es terrible. Tratan a la gente
como a esclavos. Y para que no llevaran su caso al congreso se comprometió a
patrocinar la asociación de trabajadores. Se supone que en sus locales se celebró
hace un mes una conferencia titulada « El sentido de la vida» . Intervenían un
aprendiz de sastre y un sacerdote. El aprendiz de sastre nunca llegó a tomar la
palabra, porque el sacerdote se dedicó a predicar. Los tenientes llamaron a sus
adeptos para que ocupasen los asientos vacíos. Los amigos del aprendiz tuvieron
que quedarse fuera pasando frío bajo la lluvia. Pero el barón Hake animó a asistir
a uno de los diputados radicales, que se fue a casa y redactó una propuesta para
que se legislase sobre los ataques irresponsables contra los propietarios de las
herrerías suecas.
Wickberg guardó silencio, se había quedado sin aliento después de tan larga
intervención. Sacó una petaca y echó un trago antes de ofrecérsela a Padre.
—Coñac francés.
Padre bebió y chasqueó la lengua satisfecho.
—Sienta muy bien por la mañana. Sobre todo cuando la noche anterior
terminó en un caos —observó Wickberg.
—En fin, tenía usted una propuesta que hacerme, ¿no?
—Desde luego.
Wickberg empezó a hablar de nuevo. Durante mucho rato. Daniel intentaba