EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 115

de hacer reverencias—. En estos momentos, están cenando. —¿Quiénes forman parte del consejo? —El ingeniero Reström, el barón Hake y el notario Wiberg, que es el secretario. El administrador, el coronel Håkansson, también ha anunciado su asistencia. Contamos con que habrá un público muy numeroso. —¿Y los trabajadores? —También vendrán. Al menos un herrero. —Pero ¿esto no es una asociación de trabajadores para la formación y educación de la gente sin medios? —Por supuesto. El coronel Håkansson fue muy claro sobre ese punto. —Ya, pero ¿si no vienen? El hombre alzó los brazos con resignación. —De eso no se puede culpar al coronel. Él actúa con buena voluntad. —Suena a la excusa de siempre. Se funda una asociación de trabajadores a la que no tienen acceso los trabajadores. —Nosotros no le impedimos la entrada a nadie. —Pero tampoco los animan a venir. El herrero será la excepción. ¿Quién es? —Trabaja en una de las herrerías del barón Hake, en Roslagen. —Pero ¿quién compone el público? ¿No dice que el local se llenaría? —Algunos tenientes. Las mujeres no pueden entrar, claro está. Algún que otro periodista en busca de algo suculento sobre lo que escribir. Ya se irá llenando. Hay mucha gente que se asoma y, de repente, deciden quedarse. Media hora más tarde, el local estaba casi lleno. Padre había sacado los insectos y los había cubierto con un paño de lino. Daniel se encontraba en un lugar retirado, practicando sentado su presentación. No obstante, no veía nada, puesto que Padre también lo había cubierto a él con un paño cuando empezó a oír pisadas en el vestíbulo. —Vamos a darles una sorpresa —le dijo—. Verán el contorno de una persona bajo la tela. Yo te descubriré y, cuando aparte el paño, el efecto será impresionante. Daniel oía entrar a la gente, el ruido de las sillas, risas y toses. El olor empezó a cambiar en la sala, que empezó a llenarse de humedad y de humo de tabaco. Supuso que habría empezado a llover. De vez en cuando, Padre le susurraba: —Pronto estará lleno. Solo quedan unos asientos en la última fila. Practica lo que tienes que decir. —Me llamo Daniel. Creo en Dos. —Dios, no dos. —Creo en Dios. —Mucho mejor. Daniel notó que Padre estaba nervioso. Hablaba muy rápido y se le trababa la lengua. Le costaba comprender todo lo que decía.