EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 101
Padre salió de la habitación y él oy ó cómo sus pasos se alejaban escaleras abajo.
Daniel estaba solo. Padre no había cerrado con llave cuando se marchó.
Desde el piso de abajo, oy ó a alguien cantando, pero también a una persona que
lloraba. El olor a comida traspasaba el suelo. Olía a rancio, como a grasa reseca
de animal. Daniel echó un vistazo por la ventana, con cuidado. Al otro lado de la
calle, una mujer estaba preparando la cama para dos niños, pero lo hacía en la
mesa donde antes comían todos. Daniel jamás había visto tal cosa con
anterioridad, que una mesa sirviese también de cama. « La gente de este país
tiene unas costumbres muy extrañas» , se dijo. « O bien viven solos, o bien se
amontonan de modo que, en realidad, no hay sitio para nadie» . Con sumo
cuidado abrió la caja que tenía que salvar si se prendía fuego. Contenía un
escarabajo clavado con un alfiler a un papel blanco grueso y áspero. Lo había
visto muchas veces cuando, junto con Be y las demás mujeres y niños, salían a
buscar raíces, serpientes y animales pequeños. Ellos lo llamaban « Saltador de
dunas» pues, cuando se asustaba, dejaba de arrastrarse y daba un gran salto
hacia un lado. Be era muy habilidosa y los capturaba siempre. Era como un
juego: extender la mano y saber exactamente dónde iba a caer. Daniel se
esforzaba por comprender la razón de que fuese tan importante salvarlo del
fuego. Un insecto insignificante, clavado en un papel. No se podía comer. Y
tampoco tenía ningún veneno con el que impregnar puntas de flecha. Padre era
un hombre muy raro. Se llevó a Daniel consigo mientras estaba de viaje. La
gente siempre estaba moviéndose de un lado a otro. Siempre moviéndose en esa
búsqueda interminable de comida. Ahora, por ejemplo, Padre había salido a
buscar algo de comer, pero ¿adónde se dirigían, en realidad?
Daniel se sentía agobiado en la habitación. El techo era muy bajo, había
gente debajo de él; la oía, aunque no podía verla. Fue por su saltador para no
ponerse nervioso. Y empezó a saltar. Lento al principio y después cada vez más
rápido. La cuerda golpeaba el suelo rítmicamente. Era como si fuese caminando.
Cerró los ojos y sintió de nuevo el calor. Oy ó la voz de Kiko, sin saber de dónde
venía, y también la risa repentina de Be que hablaba muy rápido y siempre tenía
algo que contar.
Unos golpes en la puerta vinieron a interrumpirlo. Decidió no decir nada.
Entonces, el que estaba al otro lado, tendría que marcharse. Pero la puerta se
abrió de repente y un hombre corpulento con el torso desnudo apareció
mirándolo fijamente.
—No he dicho « Entre» .
Daniel no hablaba bien la lengua todavía, pero algunas palabras sí las sabía
pronunciar de forma correcta.
El hombre no le quitaba la vista de encima.
—No he dicho « Entre» —repitió Daniel.
Aquel hombre apestaba. Le apestaba el cuerpo, la ropa, el aliento. Daniel