El Gúegüence El Gueguence como manifestación lúdica sincrética | Page 34
El Güegüence como manifestación Lúdica Sincrética
social consiste en un compromiso, en una cuenta implícita entre la herencia, es decir
una especie de azar, y la capacidad, que supone comparación y competencia.
LA MÁSCARA, Y EL TRANCE
Uno de los misterios principales de la etnografía reside manifiestamente en el empleo
general de las máscaras en las sociedades primitivas. En todas partes se
concede a esos instrumentos de metamorfosis una importancia extrema y religiosa.
Aparecen en la fiesta, interregno de vértigo, de efervescencia y de fluidez, donde todo
el orden que hay en el mundo es abolido pasajeramente para resurgir revitalizado.
Fabricadas siempre en secreto y luego de usadas destruidas o escondidas, las
máscaras transforman a los oficiantes en Dioses, en Espíritus, en .AnimalesAntepasados y en toda clase de fuerzas sobrenaturales aterradoras y fecundantes.
En ocasión de un estrépito y de una algarabía sin límites, que se nutren de sí mismos y
obtienen su valor de su desmesura, se supone que la acción de las máscaras
revigoriza, rejuvenece y resucita a la vez a la naturaleza y a la sociedad. La irrupción
de esos fantasmas es la irrupción de las potencias que el hombre teme y sobre las
cuales se siente sin influencia.
Entonces encarna temporalmente a las potencias aterradoras, las imita, se identifica
con ellas e, inmediatamente enajenado, presa del delirio, se cree verdaderamente el
dios cuya apariencia se aplicó a tomar por medio de un disfraz culto o pueril. La
situación se ha invertido: es él quien da miedo, él es la potencia terrible e inhumana. Le
ha bastado con cubrirse el rostro con la máscara que él mismo ha fabricado, con
vestir el traje que ha cosido a semejanza supuesta del ser de Su reverencia y de su
temor, con producir el inconcebible zumbido auxiliado por el instrumento secreto, por el
rombo, cuya existencia, cuyo aspecto, cuyo manejo y cuya función ha aprendido tan
sólo después de la iniciación. Sabe que es inofensivo, familiar y enteramente humano
sólo desde que lo tiene en las manos y a su vez se vale de él para atemorizar. Es la
victoria del fingimiento: la simulación desemboca en una posesión que, por su parte, no
es simulada. Tras el delirio y el frenesí que provoca, el actor surge de nuevo a la
conciencia en un estado de cansancio y de agotamiento que no le deja sino un
recuerdo confuso y deslumbrado de lo que ocurrió en él, sin él.
En ocasión de la fiesta, la danza, la ceremonia y la mímica son tan sólo una
entrada en materia. El preludio inaugura una excitación que luego no puede sino
aumentar. Entonces, el vértigo sustituye al simulacro. Como lo advierte la Cábala, por
jugar al fantasma se es un fantasma. So pena de muerte, los niños y las mujeres no
deben asistir a la confección de las máscaras, de los disfraces rituales y de los diversos
artefactos utilizados en seguida para aterrorizar. Mas, ¿cómo no habrían de saber ellos
que no es sino mascarada y fantasmagoría en lo que se disimulan sus propios padres?
Sin embargo, préstanse a ello, pues la regla social consiste en prestarse. Además, se
prestan sinceramente pues, como también los propios oficiantes, imaginan que éstos se
transforman, que están poseídos y son presa de las potencias que los habitan. Para
Lic. Francisco M. Zamorano Casal