El gran dictador | Page 4

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El más grande clown y la personalidad más querida de su tiempo, retó al hombre que había instigado más maldad y miseria humana que cualquier otro en la Historia de la humanidad. (Paul Robinson, Charlie Chaplin Research Foundation).

Esta tan breve como definitoria declaración revela la influencia que ejerció la obra de un actor y director, cuyos gags contenían una demoledora moraleja: la burla es la mejor arma contra cualquier forma de tiranía. No en vano, en El gran dictador subyace el deseo de reducir a Hitler al más absoluto de los ridículos. “Chaplin quiere llamar la atención sobre el lenguaje político de Hitler, que no es sino palabrería vacía y grosera. La muchedumbre se rinde al ritmo y la sonoridad de las palabras, no a su significado...”.

Así, pues, Chaplin posee la capacidad de retratar dos de los rasgos inherentes al fascismo en general, y al nazismo en particular: represión y manipulación. Pese a tal voluntad, sobre Chaplin planeaba una larga sombra. Desde las más elevadas instancias del poder, se empezó a ejercer contra su proyecto una frontal oposición cuando apenas sí empezaba a germinar. La diplomacia alemana presentó su protesta oficial ante el gobierno de los Estados Unidos en contra de la exhibición del filme. Su indignación fue en aumento hasta el punto de amenazar con prohibir la proyección de filmes estadounidenses en su país, si El gran dictador llegaba hasta las salas de cine. Los magnates de Hollywood no podían permitirse renunciar a un cliente tan suculento como el alemán, entre otras razones, porque muchos alemanes eran asiduos consumidores de películas dirigidas y producidas por compatriotas residentes en Estados Unidos desde la década de los años 30 del siglo anterior. Sin embargo, las presiones en contra del rodaje del filme no disuadieron a Chaplin, que llegó a afirmar: “La voy a proyectar ante el público, aunque tenga que comprarme o mandarme construir un teatro para ello, y aunque el único espectador de la sala sea yo”. El rodaje empezó pocos días después de declararse la II Guerra Mundial, el 9 de septiembre de 1939. Seis meses después, se daba por finalizado. El gran dictador, la primera obra de Chaplin íntegramente hablada, se estrenaba en los teatros Astor y Capitol de Nueva York el 15 de octubre de 1940, coincidiendo con la entrada en París de las tropas nazis. El coste del proyecto se elevó a más de 2.000.000 de dólares.

Las reacciones adversas no se hicieron esperar. William Randolph Hearst (1863-1951), propietario del diario New York American, de una cadena de más de cuarenta diarios y revistas con una tirada superior a los dos millones de ejemplares, así como del International News Service, emprendía una dura campaña propagandística en contra del filme y de su realizador. El control que este magnate ejercía sobre los medios de comunicación de la época no frustró, sin embargo, el éxito de la película. Por su parte, Goebbels adujo el plagio para prohibir la exhibición de cualquier filme de Chaplin: la analogía entre su anterior filme, Tiempos modernos (Modern Times) y el producido en París por la filial alemana Tobis, ¡Viva la libertad! (A nous la liberté, 1931), del director René Clair fue el pretexto idóneo para censurar la distribución de la cinta. Que alguien descubriera el proceso de alienación del proletariado y la total y absoluta pérdida de identidad del individuo, concebido como parte indivisible del Estado, era intolerable, pero si además, el artífice era un judío, imperdonable.

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