Pero la primavera no llegaba ni el verano tampoco. El otoño trajo
frutos de oro a todos los jardines, pero no dio ninguno al del
gigante.
- Es demasiado egoísta -dijo.
Y era siempre invierno en casa del gigante, y el viento del Norte, el
granizo, el hielo y la nieve danzaban en medio de los árboles.
Una mañana el gigante, acostado en su lecho, pero despierto ya,
oyó una música deliciosa. Sonó tan dulcemente en sus oídos, que
hizo imaginarse que los músicos del rey pasaban por allí. En
realidad, era un pardillo que cantaba ante su ventana; pero como no
había oído a un pájaro en su jardín hacía mucho tiempo, le pareció
la música más bella del mundo.
Entonces el granizo dejó de bailar sobre su cabeza y el viento del
Norte de rugir. Un perfume delicioso llegó hasta él por la ventana
abierta.
- Creo que ha llegado al fin la primavera - dijo el gigante.
Y saltando del lecho se asomó a la ventana y miró. ¿Qué fue lo que
vió? Pues vio un espectáculo extraordinario. Por una brecha abierto
en el muro, los niños habíanse deslizado en el jardín encaramándose
a las ramas. Sobre todos los árboles que alcanzaba él a ver había un
niño, y los árboles sentíanse tan dichosos de sostener nuevamente a
los niños, que se habían cubierto de flores y agitaban graciosamente
sus brazos sobre las cabezas infantiles. Los pájaros revoloteaban de
unos para otros cantando con delicia, y las flores reían irguiendo sus
cabezas sobre el césped.