El Facilitador Familiar Diocesano El Facilitador Familiar Diocesano | Page 7
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EL FACILITADOR DIOCESANO
se ofrece, no se impone. Implica ciertos valores: veracidad, sencillez en lo que
se dice, respetar al otro.
Para ser fecundo y verdadero, el diálogo debe ser honesto y desinteresado, buscar
lo bueno. El facilitador, habrá de propiciar los espacios de diálogo tanto al interior
de su sesión como fuera de la misma. Esto le permitirá conocer y acercarse a quie-
nes forma.
FACILITADORES A LOS
PIES DE JESÚS, ÚNICO
MAESTRO, GUIADOS POR
EL ESPÍRITU SANTO
6. EL FACILITADOR, PERSONA QUE CONFÍA EN LOS DEMÁS
Confiar en el crecimiento de las personas es importante para favorecer su apren-
dizaje. Si nosotros no creemos en las capacidades y potencialidades de quienes
tenemos en frente, es casi seguro que el resultado no será satisfactorio.
Cuando la confianza se otorga plenamente, ésta genera compromiso, crecimiento
y una mayor confianza. Es necesario confiar en los talentos de las personas, en el
proceso eclesial y en Dios, que es el verdadero Maestro.
En el proceso formativo es vital la riqueza interior y el testimonio cristiano. La for-
mación es una tarea y una misión donde se pone en juego a toda la persona y, en
donde lo decisivo para lograr el aprendizaje no son tanto las cuestiones técnicas,
sino la profundidad espiritual que comunica el facilitador. Esta se proyecta más
allá de los contenidos, a través del trato y de la vida cotidiana.
7. EL FACILITADOR, ALGUIEN RESPONSABLE DE SU MISIÓN
Un facilitador habrá de ser consciente de la responsabilidad que le ha sido enco-
mendada, sobre todo porque su tarea está encaminada a trabajar con personas,
con cristianos. El facilitador tiene la oportunidad de hacer crecer los talentos con
los que Dios ha dotado a las personas (Mt 25, 14-30).
Un facilitador, responsable de su misión, es aquél que asume que ha recibido un
tesoro para desarrollarlo; conoce a quienes forma, confía en ellos, descubre sus
puntos fuertes, intenta corregir sus debilidades y motiva su crecimiento.
El facilitador al presentarse ante un grupo concreto empieza a influir con su forma
de actuar y su personalidad.
El entusiasmo que muestre al coordinar, la seguridad de sí mismo, la información
que aporte, la confianza que inspire, el interés que ponga al ayudar a los partici-
pantes para lograr sus objetivos, su apariencia personal, ademanes y posturas, el
uso que haga de su autoridad..., son rasgos en los que habrá ser cuidadoso para
mantener el ambiente propicio para formar nuevos agentes pastorales.
La [formación], que es creci-
miento en la fe y maduración
de la vida cristiana hacia la ple-
nitud, es por consiguiente una
obra del Espíritu Santo, obra
que sólo Él puede suscitar y
alimentar en la Iglesia…
La Iglesia, cuando ejerce su
misión catequética —como
también cada cristiano que la
ejerce en la Iglesia y en nom-
bre de la Iglesia— debe ser
muy consciente de que actúa
como instrumento vivo y dó-
cil del Espíritu Santo. Invocar
constantemente este Espí-
ritu, estar en comunión con
Él, esforzarse en conocer sus
auténticas inspiraciones debe
ser la actitud de la Iglesia do-
cente y de todo [facilitador].
Además, es necesario que el
deseo profundo de compren-
der mejor la acción del Espíritu
y de entregarse más a él... En
efecto, la «renovación en el Es-
píritu» será auténtica y tendrá
una verdadera fecundidad en
la Iglesia, no tanto en la me-
dida en que suscite carismas
extraordinarios, cuanto si con-
duce al mayor número posible
de fieles, en su vida cotidiana,
a un esfuerzo humilde, pacien-
te, y perseverante para cono-
cer siempre mejor el misterio
de Cristo y dar testimonio de
Él (Catechesi tradendae 72).