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Los evidentes peligros relativos al coqueteo entre las casas de apuestas y el fútbol inglés:
zafarte de sus garras y quedan al lado del río. Estás segura de que te echará al río, todo con tal de que no lo digas. Es absurdo, ¿a quién se lo dirías? ¿A tu madre que no quiere escuchar? Solo puedes imaginar las piedras cortantes del fondo oscuro y helado. Cuando ves que él gira su mirada hacia el agua, se te congela la sangre. Entonces sientes que te empuja y te suelta. De alguna manera, resbalas hacia atrás intentando liberarte y la fuerza que hizo para empujarte es la que lo empuja a él hacia el río. Ves cómo cae. No vuelve a salir de ahí. Y entonces, sientes más miedo que nunca. Corres, corres a casa. Pero entonces, ves que es la dirección equivocada. Esa ya no es tu casa. Errando entre los árboles, llegas a la casa. Buscas un pedazo de papel y escribes la carta. La guardas en una lata de jabón que te regalaron en tu cumpleaños. Te la regaló él, de hecho. Tiene un olor dulce. Dijo que era de una marca fina. La escondes. Te miras una última vez al espejo.
Sobresaltada, despiertas. Ves la lata a tu lado. Buscas un espejo, el interruptor y ves a una chica sudorosa y asustada. Te ves a ti. Ves a quien has visto siempre. Al menos, eso es lo que te han dicho después de todos estos años cada una de las personas a las que les has contado lo que te pasó. Temblando de frío, llegas de algún modo hacia las otras alcobas. Ves a uno de tus hermanos. Vas buscando otra habitación, la principal. Ves gracias a la luz del pasillo las figuras de dos personas durmiendo. Tienes miedo de encender la luz, así que buscas el baño que queda cerca de ahí y enciendes esa luz. Ves la cara dormida plácidamente de un hombre. Es tu padre. Es tu padre, es lo que te han dicho todas y cada una de las personas a las que les has contado lo que te pasó. Está vivo. Es él. Solo fue un sueño. Un sueño que te hace errar infinitamente por la vida.
Pero está la carta. La que no tiene explicación. La que tiene tu nombre. La que cuenta lo que hiciste, lo que oíste, lo que viste, lo que supiste y nunca lograste decir. Y ese sueño que te persigue en las noches, el reflejo que viste en el espejo y el rostro de aquel otro que no era tu padre. O eso es lo que te han dicho.
Por : María Francisca Araos
I. El claro y peligroso atractivo de las apuestas:
Claro, es muy tentador el hecho de escuchar las ganancias de otros que han llegado a ganar cien veces lo que dieron inicialmente. Sí, si me ofrecieran volver a la mítica temporada 2015/2016 que gana el Leicester City, por quienes las apuestas estaban a principio de temporada en cinco mil a uno, y me permitieran apostar cincuenta libras sabiendo con seguridad que me llevaría, nueve meses después, doscientas cincuenta mil libras, ¿realmente cree usted que me hubiera negado? ¿se habría negado usted a tal oportunidad? Ambos sabemos que no hubiera sido así. Como seres humanos, tenemos un olfato para aquellas oportunidades. Pero no es verdaderamente así, y tanto usted como yo lo sabemos bien. Volveríamos a ese momento, porque tenemos la seguridad de ganar. Y esa misma seguridad es increíblemente peligrosa. Cuando se empieza a ganar, el cuerpo por sí mismo, libera endorfinas que hacen que tanto usted como yo, nos sintamos alegres, porque al fin y al cabo, esa seguridad económica es uno de los pilares de nuestro subconsciente. Buscamos y buscaremos siempre, una especie de equilibrio, que para algunos se vuelve extremadamente borroso. Sin embargo, buscamos evidentemente la seguridad de que tendremos un techo que nos proteja, comida que nos alimente, mantas que nos cubren del frío. El único inconveniente, es que, cuando se encuentra usted apostando, jugando con dinero que ya tiene, con la ilusión de ganar más, de satisfacer esa ambición que le es propia al ser humano y que nos impide realizar cientos de proyectos porque nos estamos fijando tanto en el prójimo, que olvidamos qué debemos hacer nosotros mismos, puede caer fácilmente en el error de continuar, rezando porque venga a su ayuda su número o color de la suerte, que la ruleta se frene en ese número que a usted le quedó marcado después de absorberlo de algún libro, película o canción. Pero, le repito, no es así. Entre más se empeñe usted en recuperar esa confianza, ese espíritu ganador que sintió dentro de usted cuando tuvo una buena racha con las probabilidades, más se va a dedicar usted a perder y a decepcionar. Todo empieza por pequeñas cantidades, un dinero que quiere usted gastar como método de entretenimiento. Después de eso viene el auge y el éxtasis de su época como apostador, un momento en el que usted va a empezar física y mentalmente. Si usted sabe retirarse a tiempo, considérese afortunado, porque aquellos que siguen, pierden esa racha, y sin ninguna duda intentarán recuperarla, sentir esas sustancias en su cuerpo, que los hacen sentir despiertos, vivos, alegres. Las similitudes con las drogas se trazan solas, incluso a nivel anatómico. Al intentar recuperar su racha, apostará usted, lo que sea. La matrícula de la escuela de su hijo, su vehículo, su hogar, sus servicios personales, los de su familia. Esto es extremadamente peligroso, porque en cuestión de un par de horas, habrá usted perdido todo, y claro, en esto incluyo a su propia familia y amigos que lo verán como un miserable que haría cualquier locura por volver a apostar. Las apuestas pueden y arruinarán su vida, y el hecho de anunciarlas, promocionarlas y venerarlas por doquier en lugares tan concurridos como los estadios de fútbol, tan solo las vuelven armas con un mayor alcance.
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