Gentileza de El Trauko
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oportunidad. Se ha apoderado de Peter una verdadera pasión por los crucigramas y se pasa
en eso todo el día. Me puse a ayudarlo y, bien pronto, nos hallamos el uno frente al otro en
su mesita, él en la silla, yo en el diván.
Experimentaba una extraña sensación al mirar sus ojos profundamente azules y su
sonrisa misteriosa en la comisura de los labios. Pude leer en su rostro su embarazo. Su falta
de aplomo y, al mismo tiempo, una sombra de certidumbre de saberse hombre. Al ver sus
torpes movimientos, algo se estremeció en mí. No pude impedirme de mirar sus ojos
oscuros, de cruzar nuestras miradas una y otra vez, suplicándole con las mías, de todo
corazón: "¡Oh, cuéntame todo cuanto te ocurre, no debes temerle a mi verborrea!
Pero la velada transcurrió sin nada de esencial, salvo que yo le hablé de esa manía
de sonrojarme, no con las palabras que empleo aquí, evidentemente, sino que para
señalarle que él también cobraría aplomo con rapidez.
Por la noche, en la cama, esta situación me pareció muy poco regocijante, y
francamente detestable la idea de implorar los favores de Peter. ¿Qué no haría por
satisfacer mis más íntimos anhelos? La prueba: mi propósito de ir a ver a Peter más a
menudo y hacerle hablar.
Pero no hay que pensar que estoy enamorada de Peter. Nada de eso. Si los Van
Daan hubieran tenido una hija en lugar de un hijo, igualmente habría tratado de buscar su
amistad.
Esta mañana, al despertarme alrededor de las siete, recordé en seguida lo que había
soñado. Estaba sentada en una silla, y enfrente de mí Peter... Wessel; hojeábamos un libro
con ilustraciones. Mi sueño fue tan claro, que me acuerdo todavía, parcialmente, de los
dibujos. Pero no termina aquí.
De repente, la mirada de Peter se cruzó con la mía, y me hundí largamente en sus
hermosos ojos de un castaño aterciopelado. Luego Peter dijo con acento muy dulce: "¡Si yo
lo hubiera sabido, hace mucho tiempo que habría acudido a ti!". Bruscamente me volví,
porque no podía ya dominar mi turbación. En seguida sentí una mejilla contra la mía; una
mejilla muy suave, fresca y bienhechora... Era delicioso, infinitamente delicioso...
En ese instante me desperté. Su mejilla estaba aún contra la mía, y seguía sintiendo
sus ojos morenos que miraban hasta el fondo de mi corazón, tan profundamente que él
podía leer en ellos cuánto lo había amado y cuánto lo amo todavía. Mis ojos se llenaron de
lágrimas ante la idea de haberle perdido de nuevo, pero al mismo tiempo me recobijo la
certidumbre de que aquel Peter sigue siendo mi predilecto y lo será siempre.
Es curioso notar cuántas imágenes concretas me acuden durante el sueño. Una vez
vi a Ani (mi otra abuela) tan claramente ante mí, que pude distinguir en su piel las gruesas
arrugas aterciopeladas. En seguida se me apareció abuelita como ángel guardián; tras ella,
Lies, que representa para mí el símbolo de la miseria de todas mis amigas y de todos los
judíos. Cuando rezo por ella, rezo por todos los judíos y por todos los desamparados. ¡Y
ahora, Peter, mi querido Peter! Nunca antes, se me había aparecido tan claramente. Lo he
visto ante mí. No necesito una fotografía suya. Lo veo. ¡No puedo verlo mejor!
Tuya,
ANA
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