Gentileza de El Trauko
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qué, entonces, tomar tan en serio lo que sucede en casa? ¿No debería sentirme contenta,
dichosa y satisfecha, salvo cuando pienso en ella y los que comparten su desgracia?
Soy egoísta y cobarde. ¿Por qué debo afligirme y pensar siempre en las peores
desgracias hasta gritar de miedo? Porque mi fe, a pesar de todo, no es bastante fuerte. Dios
me ha dado más de lo que merezco y, sin embargo, cada día sigo acumulando culpas.
Cuando pienso en mi prójimo, es como para llorar todo el día. Sólo resta implorar a
Dios para que haga un milagro y salve todavía algunas vidas. ¡Con tal de que El escuche
mis plegarias!
Tuya,
ANA
Domingo 2 de enero de 1944
Querida Kitty:
Esta mañana al hojear mi diario, me he detenido en algunas cartas que hablaban de
mamá, y me sentí aterrada por las palabras duras que utilicé para ella. Me he preguntado:
"Ana, ¿viene verdaderamente de ti ese odio? ¿Es posible?
Estupefacta: con una de las hojas en la mano, he tratado de descubrir las razones de
esa cólera, de esa especie de odio que se habían apoderado de mí al punto de confiártelo
todo. Porque mi conciencia no se calmará hasta que haya aclarado contigo estas
acusaciones. Olvidemos un momento cómo llegué a eso.
Sufro y he sufrido siempre de una especie de mal moral; es algo así como si,
habiendo mantenido mi cabeza bajo el agua, viera yo las cosas, no tales como son, sino
deformadas por una óptica subjetiva; cuando me hallo en ese estado, soy incapaz de
reflexionar sobre las palabras de mi adversario, lo que me permitirá obrar en armonía con
aquel a quien he ofendido o herido con mi temperamento demasiado colérico. Me repliego
entonces en mí misma, sólo veo mi yo, y derramo sobre el papel mis alegrías, mis burlas y
mis pesares, sin pensar más que en mi propia persona. Este diario tiene mucho valor para
mí, porque forma parte de mis memorias; sin embargo, en muchas páginas podría añadir:
"Pasado".
Estaba furiosa con mamá, y a veces sigo estándolo. Ella no me ha comprendido, es
verdad; pero yo, por mi parte, tampoco la he comprendido a ella. Como me quería de
veras, me demostraba su ternura; pero, como yo la colocaba a menudo en una situación
desagradable y, además, las tristes circunstancias la habían puesto nerviosa e irritable, ella
me reñía..., lo que, al fin y al cabo, era comprensible.
Me lo tomé demasiado en serio al sentirme ofendida, al ponerme insolente y
mostrarme mal dispuesta hacia ella, lo que no podía menos que apesadumbrarla. En el
fondo, sólo hay malentendidos y desacuerdo de una parte y de la otra. Nos hemos
envenenado mutuamente. Pero eso pasará.
He sido incapaz de admitirlo, y me he apiadado de mi misma, lo que es asimismo
comprensible. Cuando se tiene un temperamento tan vivo como el mío, surge la cólera, tras
el enojo. En otro tiempo, antes de mi vida enclaustrada, esta cólera se traducía en algunas
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