Gentileza de El Trauko
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Puedo asegurarte que, al acostarme, a las nueve, no podía sostenerme sobre mis
pies. A medianoche me desperté: los aviones. Dussel estaba desvistiéndose; no hice caso
de eso y, al primer cañonazo, salté de mi cama para ir a refugiarme en la de papá. Dos
horas de vuelo y de bombardeo incesantes; luego, silencio. Me volví a mi cama, y me
dormí a las dos y media.
Las siete. Me desperté sobresaltada. Van Daan estaba con papá. Mi primer
pensamiento fue el de los ladrones. Oí a Van Daan decir "todo", y pensé que lo habían
robado todo. Pero no. Esta vez la noticia era maravillosa, la más maravillosa desde hacía
varios meses, ¿qué digo?, desde que comenzó la guerra: "Mussolini renunció, el rey de
Italia se ha hecho cargo del gobierno". Lo celebramos alborozadamente, todos y cada uno.
Después de la espantosa jornada de ayer, por fin un buen presagio..., una esperanza. ¡La
esperanza del final, la esperanza de la paz!
Kraler subió a decirnos que Fokker fue arrasado. Esta noche, dos nuevas alarmas.
Estoy extenuada por los bombardeos y la falta de sueño, y no tengo ganas de estudiar. La
ansiedad con respecto a lo que sucederá nos mantiene viva la esperanza de ver el fin de
todo eso, quizás este año...
Tuya,
ANA
Jueves 29 de julio de 1943
Querida Kitty:
La señora Van Daan, Dussel y yo estábamos fregando los platos. Y lo que casi
nunca ocurre e iba seguramente a llamar la atención de mis compañeros de tarea: yo había
guardado un silencio absoluto.
Con el fin de evitar cuestiones busqué un tema que creía neutro: el libro Henri van
den Overkant. ¡Ay, cómo me engañé! Si la señora Van Daan no me hiere, es Dussel quien
lo hace; debí haber pensado en eso. Fue él quien nos recomendó la obra como
extraordinaria y excelente. Lo mismo que yo, Margot no la encontró ni lo uno ni lo otro.
Sin dejar de secar los platos, admití que el autor estaba acertado en el retrato del chico,
pero que, en cuanto a lo demás..., era preferible no hablar, y me atraje la indignación del
señor Dussel.
—¿Cómo puedes comprender la psicología de un hombre? Pase si se tratara de un
niño. Tú eres demasiado joven para un libro así; ni siquiera estaría al alcance de una
persona de veinte años.
(Entonces, ¿por qué nos lo recomendó tan calurosamente a las dos?).
Dussel y la señora Van Daan prosiguieron sus observaciones por turno:
—Sabes demasiado para tu edad. Tu educación deja mucho que desear. Más tarde,
cuando seas mayor, no encontrarás ya atractivo en nada y dirás: "Todo eso ya lo leí en los
libros, hace veinte años". Apresúrate, pues, a enamorarte y a encontrar un marido si deseas
enamorarte de verdad. ¡Has aprendido todas las teorías, pero te falta la práctica!
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