El diario de Anna Frank | Page 47

Gentileza de El Trauko http://go.to/trauko lámpara, cerrar la puerta con llave, esconder sus ropas, renuncio a ellos para que reine la paz. ¡Oh, me he vuelto muy razonable! Aquí se necesita buen sentido para todo: para aprender a escuchar, para callarse, para ayudar, para ser amable y quién sabe para qué más aún. Temo abusar de mi cerebro, ya de por sí no demasiado lúcido, y que no quede nada de él para después de la guerra. Tuya, ANA Miércoles 13 de enero de 1943 Querida Kitty: Esta mañana me he sentido nuevamente conmovida por todo lo que sucede, de manera que me fue imposible acabar nada en forma conveniente. El terror reina en la ciudad. Noche y día, transportes incesantes de esas pobres gentes, provistas tan solo de una bolsa que llevan al hombro y un poco de dinero. Estos últimos bienes les son quitados en el trayecto, según dicen. Se separa a las familias, agrupando a hombres, mujeres y niños. Los niños, al volver de la escuela, ya no encuentran a sus padres. Las mujeres, al regresar del mercado, hallan sus puertas selladas; se encuentran con que sus familias han desaparecido. También les toca a los Cristianos holandeses: sus hijos son enviados obligatoriamente a Alemania. Todo el mundo tiene miedo. Centenares de aviones vuelan sobre Holanda para bombardear y dejar en ruinas las ciudades alemanas; y a toda hora, millares de hombres caen en Rusia y en África del Norte. Nadie está al abrigo, el globo entero se halla en guerra, y aunque los Aliados lleven ventaja, todavía no se ve el final. Y nosotros, sí, nosotros estamos bien, mucho mejor, huelga decirlo, que millones de otras personas. Nosotros estamos aún a resguardo y gastamos el dinero que pretendemos nuestro. Nosotros somos a tal punto egoístas que nos permitimos hablar de la posguerra, regocijándonos con la perspectiva de adquirir ropas y zapatos nuevos, cuando deberíamos economizar cada centavo para salvar a los afligidos después de la guerra, o, al menos, todo lo que quede por salvar. Los niños pasean por aquí vestidos con camisa y zuecos, sin abrigo, ni gorra, ni calcetines, y nadie acude en su ayuda. No tienen nada en el vientre, y, royendo una zanahoria, abandonan sus casas frías para salir al frío, y llegar a una clase más fría aún. Muchos niños detienen a los transeúntes para pedirles un trozo de pan. Holanda ha llegado a eso. Podría seguir durante horas hablando de la miseria acarreada por la guerra, pero eso me desalienta todavía más. No nos queda sino aguantar y esperar el término de estas desgracias. 43