Gentileza de El Trauko
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Viernes 14 de agosto de 1942
Querida Kitty:
Hace un mes que te dejé, pero en verdad no había bastantes novedades para
contarte. Los Van Daan llegaron el 13 de julio. Los esperábamos el 14, pero como los
alemanes habían empezado a inquietar a una cantidad de gente entre el 13 y el 16, con
citaciones a diestro y siniestro, los Van Daan prefirieron llegar un día antes, para mayor
seguridad. El primero en aparecer a las nueve y media de la mañana, cuando todavía
estábamos desayunando, fue Peter, el hijo de los Van Daan, que está por cumplir dieciséis
años. Es un muchacho de modales suaves, desgarbado y tímido, que trajo consigo a su
gato, Mouschi. No espero gran cosa de él, como compañero. El señor y la señora Van Daan
llegaron media hora más tarde. La señora provocó nuestra hilaridad al sacar de su
sombrerera un enorme orinal.
—Sin él no puedo vivir —declaró.
Era el primer objeto que encontraba su sitio fijo, debajo del diván que les sirve de
cama. El señor Van Daan no había traído el orinal, sino su mesa plegadiza para el té.
Desde el comienzo hicimos todas las comidas juntos en una atmósfera de
cordialidad. Después de tres días, todos sentimos que nos habíamos transformado en una
sola familia. Era evidente que, habiendo formado aún parte durante toda la semana de los
habitantes del mundo exterior, los Van Daan tenían muchas cosas que contarnos. Entre
otras, lo que más nos interesaba era qué había sido de nuestra casa y del señor Goudsmit.
El señor Van Daan nos relató lo siguiente:
—El lunes a la mañana, el señor Goudsmit me telefoneó para preguntarme si podía
pasar por su casa, cosa que hice inmediatamente. Estaba muy nervioso. Me mostró una
cartita dejada por los Frank, y se mostró dispuesto a llevar el gato a casa de los vecinos, en
lo que estuve de acuerdo. El señor Goudsmit temía una investigación, y por eso
examinamos todas las habitaciones, poniendo en ellas un poco de orden; también
despejamos la mesa del desayuno. De pronto, observé sobre el escritorio de la señora Frank
un anotador en el cual estaba escrita una dirección de Maastricht. Aun sabiendo que la
había dejado intencionalmente, simulé sorpresa y susto, rogando al señor Goudsmit que
quemara aquel maldito papel sin tardanza.
"Aunque todo el tiempo simulé no saber nada acerca de la desaparición de ustedes,
después de haber visto aquel trozo de papel, se me ocurrió una cosa. 'Señor Goudsmit —
dije—, me parece recordar algo que podría estar relacionado con esta dirección. Un oficial
de jerarquía se presentó en la oficina, hace alrededor de seis meses. Estaba destinado a la
región de Maastricht, parecía ser un amigo de juventud del señor Frank, y le prometió
ayudarlo en caso necesario'. Dije que, según todas las probabilidades aquel oficial había
debido mantener su palabra, facilitando de una u otra manera el paso de la familia Frank a
Suiza, a través de Bélgica. Le recomendé que contara eso a los amigos de los Frank que
pidieran noticias de ellos, aunque sin hablar necesariamente de Maastricht. En seguida, me
marché. La mayoría de los amigos de ustedes han sido puestos al corriente. Lo he sabido
por diversos conductos".
Nosotros encontramos esta historia muy divertida, y nos reímos aun más de la
fuerza de imaginación de la gente, de la que nos daban prueba otros relatos del señor Van
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