Gentileza de El Trauko
http://go.to/trauko
Ciertos párrafos me dan la fuerte impresión de que soy atacada personalmente por
la autora, y por eso quiero defenderme, abriéndome a ti.
El rasgo más acusado de mi carácter —así lo admitirán quienes mejor me
conocen— es el conocimiento de mí misma. Puedo mirar todos mis actos como los de una
extraña. Me encuentro, delante de esta Ana de todos los días, sin ánimo preconcebido y sin
querer disculparla de ninguna manera, con el fin de observar si lo que ella hace está bien o
mal. Esta "conciencia de mí misma" no me abandona nunca; no puedo pronunciar nada sin
que acuda a mi espíritu: "Hubiera debido decir esto otro" o: "Eso es, está bien". Me acuso
de cosas innumerables, y, de más en más, estoy convencida de la verdad de esta frase de
papá: "Todo niño debe educarse a sí mismo". Los padres sólo pueden aconsejarnos e
indicarnos el camino a seguir, pero la formación esencial de nuestro carácter se halla en
nuestras propias manos.
Añade a eso que enfrento con extraordinario valor mi vida, me siento siempre muy
fuerte, muy dispuesta a enfrentar lo que sea, ¡y me siento muy libre y muy joven! Cuando
me percaté de esto por primera vez, me sentí gozosa, porque me parece que no me
doblegaré fácilmente bajo los golpes de los que, nadie, desde luego, escapa.
Pero de esas cosas ya te he hablado varias veces. Preferiría detenerme en el capítulo
"Papá y mamá no me comprenden". Mis padres me han mimado siempre, me han tratado
con mucha amabilidad, siempre han tomado mi defensa y han hecho cuanto estaba en sus
manos por ser buenos. Sin embargo, me he sentido terriblemente sola durante mucho
tiempo; sola, excluida, abandonada e incomprendida. Papá ha hecho todo lo posible por
atemperar mi rebeldía, pero ello no ha servido de nada; me he curado yo misma,
reconociendo mis errores y sacando de ellos una enseñanza.
¿Cómo es posible que, en mi lucha, papá nunca haya logrado ser para mí un apoyo
y que, aún tendiéndome una mano de auxilio, no haya acertado?
Papá no ha recapacitado bien: siempre me ha tratado como a una niña que pasa por
la edad ingrata. Eso parece extraño, porque él es el único que siempre me ha acordado su
confianza, y el único también que me ha hecho sentir que soy razonable. Lo que no impide
que haya descuidado una cosa: mis luchas por remontar la corriente —eran infinitamente
más importantes para mí que todo el resto—, y en eso no pensó. Yo no quería oír hablar de
"edad ingrata", de "otras muchachas" y de que "eso pasará"; no quería ser tratada como
una-muchacha-igual-que-las-otras, sino única y exclusivamente como Ana-tal-cual-es. Pim
no comprende eso. Por otra parte, yo sería incapaz de confiarme a alguien que no me lo
dijese todo de sí mismo, y como sé demasiado poco de Pim, me es imposible aventurarme
completamente sola en el camino de la intimidad.
Pim se sitúa siempre en el punto de vista del padre, persona de más edad,
conocedor de esta clase de inclinaciones porque ya pasó por ellas y juzgándolas, en
consecuencia, triviales; de suerte que es incapaz de compartir mi amistad, aun cuando la
busque con todas sus fuerzas.
Todo eso me ha llevado a la conclusión de no hacer partícipe a nadie, si no es a mi
diario, y rara vez a Margot, de mi concepto de la vida y de mis teorías tan meditadas. Todo
cuanto me conmovía, se lo he ocultado a papá; nunca compartí con él mis ideales, y me
aparté voluntariamente de él.
171