Gentileza de El Trauko
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oficina y para nosotros. Inmediatamente nos pusimos a la tarea y la misma noche tuvimos
la satisfacción de contar con seis vasijas de conservas y ocho tarros de confitura. A la
mañana siguiente, Miep propuso que preparásemos la confitura para los de la oficina.
A las doce y media, como el campo estaba libre en toda la casa y la puerta de
entrada cerrada, subimos el resto de las cajitas. En la escalera, desfile de papá, Peter y Van
Daan. A la pequeña Ana le tocó ocuparse del calentador del baño y del agua caliente. A
Margot, buscar las vasijas. ¡Toda la tripulación actuando! Yo me sentía desplazada en esa
cocina de la oficina, llena hasta reventar, y ello en pleno día, con Miep, Elli, Koophuis,
Henk y papá. Hubiérase dicho la quinta columna del reaprovisionamiento.
Evidentemente, los visillos de las ventanas nos aislan pero nuestras voces y las
puertas que golpean me ponen la carne de gallina. Se me ocurrió pensar que ya no
estábamos escondidos. Es extraña la sensación de que tengo derecho a salir. Llenar la
cacerola, a subirla en seguida... En nuestra cocina, el resto de la familia se halla alrededor
de la mesa limpiando fresas, llevándose más a la boca que a las vasijas. No se tardó en
reclamar otra vasija, y Peter fue a buscar una a la cocina de abajo... desde donde oyó
llamar dos veces; dejando el recipiente, se precipitó detrás de la puerta-armario, cerrándolo
con sumo cuidado. Todos estábamos impacientes ante los grifos cerrados y las fresas por
lavar, pero había que respetar la consigna: "En caso de que hubiera alguien en la casa,
cerrar todos los grifos para evitar el ruido del paso del agua por las cañerías".
Henk llegó a la una y nos dijo que era el cartero. Peter volvió a bajar... para oír el
timbre una vez más y para girar de nuevo sobre sus. talones. Yo me puse a escuchar,
primero junto a la puerta-armario; luego, despacio, avancé hasta la escalera. Peter se unió a
mí, y nos inclinamos sobre la balaustrada como dos ladrones, para oír las voces familiares
de los nuestros. Pete r bajó algunos peldaños, y llamó:
—Elli...
Ninguna respuesta... Otra vez:
—Elli...
El estrépito de la cocina dominaba la voz de Peter. De un salto, echó a correr hacia
abajo. Con los nervios en tensión, me quedo en el lugar, y oigo:
—Márchate, Peter. Ha venido el contador. No puedes quedarte aquí.
Era la voz de Koophuis. Peter vuelve suspirando, y cerramos la puerta-armario. A
la una y media, Kraler aparece por casa, exclamando:
—¡Caramba! Por donde paso no veo más que fresas: fresas para el desayuno, Henk
come fresas, ¡huelo fresas en cualquier sitio! Vengo aquí para librarme de esos granos
rojos, ¡y ustedes los están lavando!
El resto de las fresas se puso en conserva. Esa misma noche, las tapas de dos
vasijas habían saltado; papá hizo en seguida mermelada de su contenido. En la mañana
siguiente, otras dos vasijas abiertas, y por la tarde, cuatro, pues Van Daan no las había
esterilizado convenientemente. Y papá hace mermelada todas las noches.
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