Gentileza de El Trauko
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su flamante esposo). Miep vino para llevarse su cartera llena de zapatos, de vestidos, de
abrigos, de medias, de ropa interior, prometiendo volver a la noche. Luego se hizo la calma
en nuestra vivienda. Ninguno de los cuatro tenía ganas de comer, hacía calor y todo parecía
extraño. Nuestra gran sala del primer piso había sido subalquilada a un tal señor Goudsmit,
hombre divorciado, que pasaba de los treinta, y que al parecer no tenía nada que hacer esa
noche, porque no logramos librarnos de él antes de las diez; todos los intentos disimulados
para hacerle marchar antes habían resultado vanos. Miep y Henk van Santen llegaron a las
once, para volver a irse a medianoche con medias, zapatos, libros y ropa interior, metidos
en la cartera de Miep y en los bolsillos profundos de Henk. Yo estaba extenuada, y, aun
dándome cuenta de que era la última noche que iba a pasar en mi cama, me dormí de
inmediato. A la mañana siguiente, a las cinco y media, mamá me despertó. Por suerte,
hacía menos calor que el domingo, gracias a una lluvia tibia que iba a persistir todo el día.
Cada uno de nosotros se había vestido como para vivir en el refrigerador, con el fin de
llevarse todas las ropas posibles. Ningún judío, en estas circunstancias, hubiera podido
salir de su casa con una valija llena. Yo llevaba puestos dos camisas, tres calzones, un
vestido, encima una falda, una chaqueta, un abrigo de verano, dos pares de medias, zapatos
acordonados, una boina, una bufanda y otras cosas más. Me ahogaba antes de partir, pero
nadie se preocupaba por eso.
Margot, con su cartera llena de libros de clase, había sacado su bicicleta para seguir
a Miep hacia un destino desconocido, al menos, en lo que a mí se refiere. Como vez, yo
seguía sin saber dónde quedaba el lugar misterioso en que nos refugiaríamos. A las siete y
media, cerramos la puerta de nuestra casa. El único ser viviente al que pude decir adiós fue
mi gato, que iba a encontrar un buen hogar en casa de vecinos, según nuestras últimas
instrucciones en una breve carta al señor Goudsmit.
Dejamos en la cocina algo de carne para el gato y la vajilla del desayuno; las camas
quedaron deshechas, todo daba la impresión de una partida precipitada. Pero, ¿Qué nos
importaban las impresiones? Teníamos que irnos a todo trance, salir de allí, partir hacia un
lugar seguro. Lo demás no contaba ya para nosotros.
La continuación, mañana.
Tuya,
ANA
Jueves 9 de julio de 1942
Querida Kitty:
Nos pusimos en camino bajo una lluvia tupida, papá y mamá llevando cada cual
una bolsa de provisiones llena de toda clase de cosas colocadas de cualquier modo, y yo
con mi bolsón repleto a reventar.
Las personas que se dirigían a su trabajo nos miraban compasivamente, sus rostros
expresaban el pesar de no poder ofrecernos un medio de transporte cualquiera; nuestra
estrella amarilla era lo bastante elocuente.
Durante el trayecto, papá y mamá me revelaron en detalle la historia de nuestro
escondite. Desde hacía varios meses, habían hecho transportar, pieza por pieza, una parte
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