Gentileza de El Trauko
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He tomado la costumbre de subir por la noche al cuarto de Peter para respirar allí
aire fresco. Me siento en una silla a su lado y soy feliz mirando hacia afuera.
¡Qué tontos son Van Daan y Dussel cuando me ven aparecer en su habitación! Una
de las observaciones:
—Ana y su nuevo hogar.
O esta otra:
—Los muchachos reciben a las muchachas a esta hora en la oscuridad. ¿Es correcto
eso?
A estas palabras que pretenden ser humorísticas, Peter opone una presencia de
ánimo asombrosa.
Desde luego, también a mamá le cuesta ocultar su curiosidad; le gustaría preguntar
de qué hablamos, pero no se atreve, sabiendo que corre el riesgo de dar un paso en falso.
Peter, hablando de los mayores, dice que todo eso no es más que celos: están celosos
porque nosotros somos jóvenes y porque no hacemos el menor caso de sus odiosas
advertencias. A veces él viene a buscarme, y a pesar de todas sus buenas intenciones,
enrojece como el fuego y empieza a tartamudear. Yo no me ruborizo nunca, y lo celebro,
porque debe de ser una sensación muy desagradable.
Papá dice siempre que soy muy presumida. No es verdad. Pero sí soy coqueta.
Todavía no he oído alabar mucho mi belleza. Salvo a un compañero de curso que me decía
que yo era encantadora cuando me reía. Ayer, Peter me dirigió un piropo sincero. Para
divertirme un poco, voy a referirte, poco más o menos, nuestra conversación.
Peter suele decir:
—¡Vamos, una risita!
A la larga, le pregunté:
—¿Por qué quieres que me ría siempre?
—Porque resulta encantador. Al reír, aparecen tus hoyuelos. ¿Cómo puede ser?
—He nacido con hoyuelos en las mejillas y en la barbilla. Es el único signo de
belleza que poseo.
—No, eso no es verdad.
—Sí. Sé demasiado bien que no soy hermosa. Nunca lo he sido y nunca lo seré.
—No comparto en absoluto tu opinión. Yo te encuentro muy bonita.
—No es verdad.
—Si lo digo es porque así es. ¡Puedes fiarte de mí!
Naturalmente yo le devolví el cumplido.
Todos tienen algo que decir sobre la repentina amistad entre nosotros. Sus
pequeños chismorreos poco nos interesan, y sus observaciones no son realmente originales.
¿Es que nuestros padres han olvidado ya su propia juventud? Pareciera que sí. Nos toman
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