Gentileza de El Trauko
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No sé en realidad cómo arreglármelas para encontrar palabras de entendimiento.
Entonces, ¿cómo esperarlas de él, que le cuesta expresarse mucho más que a mí? Si
pudiera escribirle, al menos sabría a qué atenerme sobre lo que tanto deseo decirle. Pero
hablar es demasiado difícil. ¡Es atroz!
Tuya,
ANA
Viernes 17 de marzo de 1944
Querida Kitty:
Una ráfaga de alivio barre el anexo. Kraler ha sido eximido del trabajo forzoso por
la autoridad. Elli, harta de su resfriado, le ha prohibido a su nariz que la moleste hoy. Todo
ha vuelto a la normalidad, salvo que Margot y yo estamos un poco cansadas de nuestros
padres. No te he ocultado que, en estos momentos, las cosas no van muy bien con mamá;
en cuanto a papá, sigo queriéndolo como siempre, y Margot los quiere a ambos; pero, a
nuestra edad, a veces querríamos vernos libres en nuestros movimientos y no depender
siempre de la decisión paterna.
Cuando subo al desván me pregunta lo que voy a hacer; no puedo servirme sal en la
mesa; todas las noches, a las ocho y cuarto, mamá me pregunta si no es la hora de
desvestirme; cada libro que leo pasa por la censura: en verdad, ésta no es demasiado
severa; se me permite leer casi todos los libros. Eso no impide que tantas objeciones y
preguntas de la mañana a la noche nos fastidien a ambas.
Otra cosa que les preocupa, en lo que a mí concierne: ya no tengo ganas de besitos
y halagos, y juzgo afectados los diminutivos. En suma, me gustaría poder dejar a mis
padres queridos aunque sólo fuese por poco tiempo. Anoche, Margot ha vuelto a decir:
—Si tengo la desgracia de suspirar dos veces sosteniéndome la cabeza, me
preguntan en seguida si tengo jaqueca o qué es lo que me pasa.
Dándonos ambas cuenta de lo poco que queda de nuestro ambiente familiar, otrora
tan armonioso y tan íntimo, nos confesamos que es un golpe duro. No es de extrañar: la
mayoría de las veces nos encontramos en postura falsa. Quiero decir que se nos trata como
a niñas. Es verdad que lo somos físicamente pero olvidan que, en el fondo, hemos
madurado infinitamente más de lo que por lo general les sucede a otras muchachas de
nuestra edad.
A pesar de mis catorce años, sé con tanta exactitud lo que quiero, puedo decir quién
tiene razón y quién no la tiene, me he formado mis propias opiniones, principios e ideas y
—lo que puede parecer extraño en una adolescente— me siento más cerca de los adultos,
que de los niños. Tengo la impresión de ser absolutamente independiente de todos cuantos
conozco.
Si quisiera, aventajaría a mamá en las discusiones y las controversias, pues soy más
objetiva que ella y exagero menos. Soy también más ordenada y más hábil, lo que me da
—sí, puedes reírte— una superioridad sobre ella en muchas cosas. Para amar a una
persona, me es menester primero que ésta me inspire admiración y respeto; sobre toda,
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