El diario de Anna Frank | Page 116

Gentileza de El Trauko http://go.to/trauko no poder por mis padres con bombones, con dinero para pequeños gastos... ¿Qué más pedir? Tú te preguntarás cómo tenía a tanta gente prendada. Peter cree que gracias a mis atractivos, pero no es del todo cierto. Los profesores encontraban ocurrentes mis salidas y mis observaciones; mi rostro era riente; mi sentido crítico, original y encantador. Yo era una coqueta incorregible y también divertida. Algunas de mis cualidades me hacían popular, es decir, la aplicación, la honestidad, la franqueza y la generosidad. Nunca le hubiera negado a un condiscípulo que copiase una de mis tareas; repartía las golosinas generosamente, y jamás fui vanidosa. Toda esta admiración, ¿no habría hecho de mi una joven arrogante? Tuve la suerte de ser arrojada bruscamente a la realidad, y he necesitado más de un año para habituarme a una vida desprovista de toda admiración. ¿Mi reputación en la escuela? Fue así: siempre la primera en chacotear y en gastar bromas, la eterna chistosa, nunca llorona ni caprichosa. Para que me acompañasen en bicicleta o ser objeto de una atención cualquiera, no tenía más que levantar el dedo meñique. A Ana, la escolar de entonces, la veo ahora como una chiquilla encantadora; pero muy superficial, que no tiene nada en común conmigo. Peter, muy a propósito, ha dicho de mí: —Cada vez que te veía, tenías al lado a dos muchachos o más, y una fila de muchachas. Reías siempre y eras constantemente el centro de la pandilla. ¿Qué queda de aquella muchacha? No he olvidado la risa ni las ocurrencias, y no me canso de criticar a la gente como antes, quizá más que antes; todavía soy capaz de flirtear, si... quiero. Esa es la cuestión: me gustaría, por espacio de una velada, de algunos días o de una semana, volver a ser la de antes, alegre, aparentemente despreocupada. Pero, al cabo de una semana, me sentiría saturada, y vería con gratitud al primero que llegara y fuese capaz de hablar de algo que valiera la pena. Ya no necesito adoradores o admiradores seducidos por una sonrisa lisonjera, sino amigos cautivados por mi carácter y mi proceder. Comprendo que estas exigencias reducirían mucho mi círculo de íntimos, pero ¿qué le vamos a hacer? Lo importante es conservar algunas personas sinceras a mi alrededor. A pesar de todo, mi felicidad de entonces tampoco era completa. Con frecuencia me sentía abandonada. Me movía demasiado de la mañana a la noche para pensar en ello, y me divertía cuanto podía. Consciente o inconscientemente, trataba de olvidar el vacío que sentía divirtiéndome así. Mientras que ahora miro las cosas de frente y estudio. Aquel período de mi vida terminó irrevocablemente. Los años de escuela, su tranquilidad y su despreocupación, nunca más volverán. Los he superado y ya no los deseo; sería incapaz de seguir pensando únicamente en la diversión; una pequeña parte de mí exigiría siempre cierta seriedad. Puedo ver mi vida, hasta este instante a través de una lupa despiadada. Primero, nuestra casa bañada de sol; luego, aquí desde 1942, el brusco cambio, las disputas, las reprimendas, etc. Me tomaron desprevenida, como si hubiera recibido un mazazo, y, para darme ánimo, me volví insolente. 112