Gentileza de El Trauko
http://go.to/trauko
no poder por mis padres con bombones, con dinero para pequeños gastos... ¿Qué más
pedir?
Tú te preguntarás cómo tenía a tanta gente prendada. Peter cree que gracias a mis
atractivos, pero no es del todo cierto. Los profesores encontraban ocurrentes mis salidas y
mis observaciones; mi rostro era riente; mi sentido crítico, original y encantador. Yo era
una coqueta incorregible y también divertida. Algunas de mis cualidades me hacían
popular, es decir, la aplicación, la honestidad, la franqueza y la generosidad. Nunca le
hubiera negado a un condiscípulo que copiase una de mis tareas; repartía las golosinas
generosamente, y jamás fui vanidosa.
Toda esta admiración, ¿no habría hecho de mi una joven arrogante? Tuve la suerte
de ser arrojada bruscamente a la realidad, y he necesitado más de un año para habituarme a
una vida desprovista de toda admiración.
¿Mi reputación en la escuela? Fue así: siempre la primera en chacotear y en gastar
bromas, la eterna chistosa, nunca llorona ni caprichosa. Para que me acompañasen en
bicicleta o ser objeto de una atención cualquiera, no tenía más que levantar el dedo
meñique.
A Ana, la escolar de entonces, la veo ahora como una chiquilla encantadora; pero
muy superficial, que no tiene nada en común conmigo. Peter, muy a propósito, ha dicho de
mí:
—Cada vez que te veía, tenías al lado a dos muchachos o más, y una fila de
muchachas. Reías siempre y eras constantemente el centro de la pandilla.
¿Qué queda de aquella muchacha? No he olvidado la risa ni las ocurrencias, y no
me canso de criticar a la gente como antes, quizá más que antes; todavía soy capaz de
flirtear, si... quiero. Esa es la cuestión: me gustaría, por espacio de una velada, de algunos
días o de una semana, volver a ser la de antes, alegre, aparentemente despreocupada. Pero,
al cabo de una semana, me sentiría saturada, y vería con gratitud al primero que llegara y
fuese capaz de hablar de algo que valiera la pena. Ya no necesito adoradores o admiradores
seducidos por una sonrisa lisonjera, sino amigos cautivados por mi carácter y mi proceder.
Comprendo que estas exigencias reducirían mucho mi círculo de íntimos, pero ¿qué le
vamos a hacer? Lo importante es conservar algunas personas sinceras a mi alrededor.
A pesar de todo, mi felicidad de entonces tampoco era completa. Con frecuencia
me sentía abandonada. Me movía demasiado de la mañana a la noche para pensar en ello, y
me divertía cuanto podía. Consciente o inconscientemente, trataba de olvidar el vacío que
sentía divirtiéndome así. Mientras que ahora miro las cosas de frente y estudio. Aquel
período de mi vida terminó irrevocablemente. Los años de escuela, su tranquilidad y su
despreocupación, nunca más volverán.
Los he superado y ya no los deseo; sería incapaz de seguir pensando únicamente en
la diversión; una pequeña parte de mí exigiría siempre cierta seriedad.
Puedo ver mi vida, hasta este instante a través de una lupa despiadada. Primero,
nuestra casa bañada de sol; luego, aquí desde 1942, el brusco cambio, las disputas, las
reprimendas, etc. Me tomaron desprevenida, como si hubiera recibido un mazazo, y, para
darme ánimo, me volví insolente.
112