El diario de Anna Frank | Page 112

Gentileza de El Trauko http://go.to/trauko Nunca adivinarías el consejo de mamá: Elli no tenía más que pensar en todas las personas que ahora atraviesan un momento difícil. ¿De qué sirve pensar en las desgracias ajenas cuando una ya se siente bastante desdichada? Dije algo así y me contestaron: —Tú no puedes hablar todavía de estas cosas. ¡Qué tontos y necios son los mayores! ¡Como si Peter, Margot, Elli y yo no tuviéramos todos los mismos sentimientos, que invocan el amor de una madre o el de los más íntimos amigos! Pero nuestras madres no nos comprenden realmente. Quizá la señora Van Daan sea más capaz que mamá. ¡Oh, cuánto me hubiera gustado decir a Elli algo que la reconfortase, sabiendo por experiencia que' es lo que desea oír! Pero papá intervino, poniéndome a un lado. ¡Qué tontos son todos! Nunca nos preguntan nuestro parecer. Naturalmente, se jactan de ser ultramodernos. Según ellos, nosotros no podemos opinar: "Cállate". Se puede decir eso, pero nunca dejaremos de tener nuestra propia opinión. Se puede tenerla, por joven que se sea y nadie puede arrebatárnosla. Lo que nos ayudaría verdaderamente, tanto a nosotros como a Elli, es un cariño abnegado, del que carece cada uno de nosotros. Nadie, y mucho menos los tontos "sabelotodo" que aquí nos rodean, parece capaz de comprendernos; porque nosotros somos infinitamente más sensibles y estamos más avanzados en nuestras ideas que cualquiera de ellos; mucho más de lo que ellos sospechan, y desde hace rato. Mamá se ha vuelto gruñona nuevamente. Es obvio que está celosa, pues en la actualidad hablo más con la señora Van Daan que con ella. Esta tarde atrapé al vuelo a Peter, y charlamos juntos por lo menos tres cuartos de hora. A él le cuesta lo indecible hablar de sí mismo; y sólo lo logró después de muchas vacilaciones. Las frecuentes disputas de sus padres sobre política, cigarrillos y un montón de cosas, todo me lo ha contado. Se mostraba muy tímido. A mi vez, le he hablado de mis padres. Él defendió a papá, diciendo que era una persona excelente y que no se podía dejar de quererlo. En seguida, fueron puestas sobre el tapete su familia y la mía. Parece sorprenderle el hecho de que sus padres no sean siempre personas gratas entre nosotros. —Peter —le dije—, tú sabes que soy franca. Entonces, ¿por qué no decírtelo, puesto que conocemos sus defectos? Entre otras cosas, dije además: —Peter, me gustaría mucho ayudarte, si tú lo deseas. Estás siempre enquistado entre los dos. Nunca dices nada. Pero yo sé que todo eso te tortura. —En efecto, tú podrías socorrerme mucho. —Lo mejor sería, quizá, que hablases con mi padre. Puedes decírselo todo. Él es muy discreto. —Sí, tu padre es un verdadero camarada. —Tú lo quieres mucho, ¿verdad? Peter asintió con la cabeza, y yo agregué: 108