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E L D IARIO DE A NA F RANK Y así, sucesivamente, como una catarata; a la larga, yo no podía seguirle ya. Pensé: «Voy a darle tal bofetada, que se estrellará contra el techo con todos sus embustes»; pero después me decía a mí misma: « ¡No te alteres, este tipo no vale la pena! Por fin, el señor Dussel se quedó sin resuello, pero, a la vez el enfado y el triunfo se leían en su cara cuando dejó la habitación con actitud pedante. Yo corrí donde papá para repetirle mi pequeña discusión en todos sus pormenores, por si acaso no la había escuchado. Pim decidió volver a hablar de ello con Dussel, esa misma noche; el diálogo duró una media hora. La conversación transcurrió, poco más o menos, como sigue: Se trataba de saber si Ana tenía o no derecho a su mesita. Papá le recordó que ellos ya habían hablado antes de eso. El había tenido la debilidad, en aquel momento, de darle la razón, para mantener el prestigio de los mayores frente a los chicos. Pero ni entonces ni ahora lo consideraba justo. Dussel protestó y dijo que Ana no tenía ningún derecho a tratarle como un importuno que se apodera de todo; papá protestó a su vez, diciendo que él mismo acababa de ser testigo de la conversación entre Dussel y yo y que nada semejante había sido dicho. Algunas observaciones aún, de una parte y de la otra, y papá terminó por defender mis estudios, que Dussel denominaba mi «egoísmo» y mis «fruslerías». Este se contentó con refunfuñar. Por último, no tuvo más remedio que acceder y dejarme estudiar dos tardes, sin interrupción, hasta las cinco. Ha adoptado un aire de suficiencia y no me ha dirigido la palabra durante dos días. A las cinco en punto, viene a tomar posesión de su mesita - hasta las cinco y media-, por pura niñería naturalmente. Una persona de cincuenta y cuatro años tan empecinada y pedante, ha de serlo por naturaleza y me parece difícil que cambie. Tuya, ANA Querida Kitty: ¡Otra vez los ladrones, y esta noche entraron! Hoy, a las siete, cuando Peter bajó al depósito como de costumbre, notó inmediatamente que la puerta de éste así como la de entrada estaban abiertas de par en par. Informó de ello a Pim, que se apresuró a fijar la aguja del dial del aparato de radio en la onda de Alemania y a cerrar cuidadosamente la puerta del despacho privado antes de volver a subir con Peter. La consigna para estos casos es no abrir ningún grifo, y, por tanto, no lavarse, mantenerse quietos, todos organizados para las ocho, no utilizar el W.C. ... Consigna estrictamente observada. Los ocho habíamos dormido bien durante la noche, y nos alegrábamos de no haber oído nada. Sólo alrededor de las once y media el señor Koophuis subió a contarnos toda la historia: los rateros debían de haber abierto la puerta de entrada con una ganzúa, y forzado la puerta del depósito. Como allí no había gran cosa que robar, habían probado suerte con el segundo piso. Se llevaron dos cajitas que contenían 40 florines, tarjetas de traspaso de valores y, lo más importante, todos los bonos de azúcar, que representan una provisión de 150 kilos. El señor Koophuis piensa que estos ladrones y nuestros misteriosos visitantes de hace seis semanas -que, entonces, no lograron abrir las tres puertas deben de ser los mismos. El incidente ha tornado de nuevo tormentosa la atmósfera, pero eso ocurre periódicamente en el anexo. Por fortuna pudimos salvar la máquina de escribir y la caja con el grueso de dinero que subimos a la casa todas las noches, para guardarlas en nuestro armario. Tuya, ANA Viernes 16 de julio de 1943 Lunes 19 de julio de 1943 © Pehuén Editores, 2001. )51(