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que nunca he roto mis notas con tanto placer». Tocaron God
Save the King, el himno inglés, el himno norteamericano y La
Internacional. Como siempre el programa holandés que se
transmite desde Inglaterra ha sido muy alentador, aunque no
muestre demasiado optimismo.
Sin embargo, no todo es color de rosa entre nosotros. El
señor Koophuis está enfermo. Ya te he dicho cuánto lo queremos
todos; nunca se siente bien, sufre mucho, debe comer y moverse
lo menos posible, y, a pesar de todo eso, siempre está de buen
humor y demuestra un coraje admirable. Mamá tiene razón al
decir: «El sol brilla cuando el señor Koophuis entra en nuestra
casa».
Pues bien, acaban de trasladarlo al hospital, donde tiene que
soportar una grave operación intestinal. Tendrá que quedarse allí
por lo menos cuatro semanas. Si hubieras visto de qué manera se
despidió de nosotros... como si saliera para dar un paseo. Es la
sencillez en persona.
Tuya,
ANA
Jueves 16 de septiembre de 1943
Querida Kitty.
En el anexo, las relaciones personales van de mal en peor.
Cuando nos sentamos a la mesa, nadie se atreve ya a abrir la boca
(salvo para comer), porque la menor palabra corre el riesgo de
ser mal interpretada o de molestar a uno o a otro. Me dan todos
los días valeriana para calmarme los nervios, lo que no impide
que al día siguiente me sienta todavía más fastidiada. Conozco un
remedio mejor: reír, reír de buena gana; pero nosotros casi nos
hemos olvidado ya de la risa. Si esto dura aún mucho tiempo,
temo bastante verme con una larga cara seria y una mueca agria
en los labios para siempre.
Decididamente, las cosas no mejoran porque todos miramos
con aprensión el invierno que se acerca.
Otra cosa, y no es la más regocijante: uno de los hombres del
depósito, un tal M., sospecha que algo sucede en el anexo. Se
prescindiría sin más trámites de la opinión de M., pero
aparentemente ese hombre no puede ocultar su gran curiosidad,
no se deja engañar fácilmente y, por añadidura, no inspira ninguna
confianza.
Una vez, Kraler, como medida de prudencia, dio un rodeo
para reunirse con nosotros. Es decir: diez para la una, se puso el
abrigo y fue a la farmacia de la esquina; cinco minutos después, se
sirvió de la otra puerta de entrada para subir a nuestra casa, como
un ladrón, por la escalera que da acceso a ella directamente. Quería
irse a la una y cuarto, pero, habiendo sido interceptado por Elli,
que pudo prevenirle de que M. se encontraba en la oficina, dio
media vuelta y se quedó con nosotros hasta la una y media.
Entonces, se descalzó y, con los zapatos en la mano, volvió a
bajar por la misma escalera con tal prudencia que, a fuerza de
evitar los crujidos de los peldaños, tardó un cuarto de hora en
volver a su escritorio, entrando por la calle.
Entretanto, liberada de M., Elli volvió a buscar al señor Kraler,
que ya había partido con tanta prudencia por la otra escalera. ¡Un
director que baja descalzo y se coloca los botines en la calle! ¡Qué
dirían los vecinos si lo vieran!
Tuya,
ANA
Miércoles 29 de septiembre de 1943
© Pehuén Editores, 2001.
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