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E L D IARIO DE A NA F RANK Querida Kitty. En el anexo, las relaciones personales van de mal en peor. Cuando nos sentamos a la mesa, nadie se atreve ya a abrir la boca (salvo para comer), porque la menor palabra corre el riesgo de ser mal interpretada o de molestar a uno o a otro. Me dan todos los días valeriana para calmarme los nervios, lo que no impide que al día siguiente me sienta todavía más fastidiada. Conozco un remedio mejor: reír, reír de buena gana; pero nosotros casi nos hemos olvidado ya de la risa. Si esto dura aún mucho tiempo, temo bastante verme con una larga cara seria y una mueca agria en los labios para siempre. Decididamente, las cosas no mejoran porque todos miramos con aprensión el invierno que se acerca. Otra cosa, y no es la más regocijante: uno de los hombres del depósito, un tal M., sospecha que algo sucede en el anexo. Se prescindiría sin más trámites de la opinión de M., pero aparentemente ese hombre no puede ocultar su gran curiosidad, no se deja engañar fácilmente y, por añadidura, no inspira ninguna confianza. Una vez, Kraler, como medida de prudencia, dio un rodeo para reunirse con nosotros. Es decir: diez para la una, se puso el abrigo y fue a la farmacia de la esquina; cinco minutos después, se sirvió de la otra puerta de entrada para subir a nuestra casa, como un ladrón, por la escalera que da acceso a ella directamente. Quería irse a la una y cuarto, pero, habiendo sido interceptado por Elli, que pudo prevenirle de que M. se encontraba en la oficina, dio media vuelta y se quedó con nosotros hasta la una y media. Entonces, se descalzó y, con los zapatos en la mano, volvió a bajar por la misma escalera con tal prudencia que, a fuerza de evitar los crujidos de los peldaños, tardó un cuarto de hora en volver a su escritorio, entrando por la calle. Entretanto, liberada de M., Elli volvió a buscar al señor Kraler, que ya había partido con tanta prudencia por la otra escalera. ¡Un director que baja descalzo y se coloca los botines en la calle! ¡Qué dirían los vecinos si lo vieran! Tuya, ANA Miércoles 29 de septiembre de 1943 Querida Kitty: Es el cumpleaños de la señora Van Daan. Le hemos regalado un frasco de mermelada, aparte de cupones para queso, carne y pan. Su marido, Dussel y nuestros protectores también le obsequiaron cosas comestibles, además de flores. ¡Tales son los tiempos que corren! Esta semana, Elli ha estado a punto de sufrir una crisis de nervios; le habían hecho tantos encargos, insistido tanto sobre las cosas urgentes y sobre lo que nos faltaba, rogándole que volviera porque había comprendido mal, que estuvo a punto de perder la paciencia. No es de sorprenderse, cuando se piensa en todo el trabajo acumulado en la oficina. Ella reemplaza a Miep, engripada, y a Koophuis, enfermo; además, tiene un tobillo lastimado, y se siente apesadumbrada por problemas sentimentales y debe soportar a un padre regañón. Nosotros, la hemos consolado diciéndole que nuestra lista de encargos se acortaría por si sola sí ella tuviera la energía y la firmeza suficientes para decirnos que le falta tiempo. En cambio, noto que hay tirantez entre papá y Van Daan. Papá, por una u otra razón, está furioso. ¡Es lo que nos faltaba! ¡Si al menos yo no me viera tan directamente mezclada en estas escaramuzas! ¡Si pudiera marcharme! Van a volvernos locos. Tuya, ANA Domingo 17 de octubre de 1943 © Pehuén Editores, 2001. )62(