EL DIARIO DE ANA FRANK el-diario-de-Ana-Frank | Page 22
E L D IARIO DE A NA F RANK
Pero no será por mucho tiempo más. ¡Mi rabia no va a tardar en
estallar.
Basta ya. Te he fastidiado bastante con mis disputas. Sin
embargo, hubo una conversación muy interesante en la mesa, y
tengo ganas de contártela. Hablábamos de la modestia extrema
de Pim (éste es el apodo de papá). Las personas menos perspicaces
suelen advertir tal hecho. De pronto, la señora Van Daan exclama:
-Yo también soy modesta, y mucho más que mi marido.
¡Qué descaro! ¡Sólo con decirlo demuestra su falta de
modestia! El señor Van Daan, que juzgó necesario aclarar la
referencia a su persona, contestó, muy tranquilo:
-Yo no me empeño en ser modesto. Sé por experiencia que
las personas modestas no van muy lejos en la vida.
Y, volviéndose hacia mí:
-Nunca seas modesta, Ana. ¡Así no llegarás lejos en la vida!
Mamá aprobó este punto de vista. Pero la señora Van Daan
tenía, naturalmente, que decir su palabra sobre un tema tan
interesante como la educación. Esta vez, se dirigió, no
directamente a mí, sino a mis padres:
-Ustedes tienen un concepto singular de la vida, al decirle a
Ana una cosa semejante. En mi juventud... Pero, ¡ah, qué diferencia!
Y estoy segura de que, en nuestros días, esa diferencia existe
todavía, salvo en las familias modernas como la de ustedes.
Este fue un ataque abierto a la forma en que mamá cría a sus
hijas.
La señora Van Daan se había puesto roja de emoción; mamá,
en cambio, permanecía impasible. La persona que enrojece es
arrastrada progresivamente por sus emociones y corre el riesgo
de perder más pronto la partida. Mamá, con las mejillas pálidas,
quiso zanjar esta cuestión lo más rápidamente posible, y apenas si
reflexionó antes de responder:
-Señora Van Daan, yo opino, efectivamente, que es preferible
ser un poco menos modesto en la vida. Mi marido, Margot y
Peter, los tres son demasiado modestos. Su marido, Ana, usted y
yo no somos lo que se puede decir modestos, pero no nos dejamos
atropellar.
Entonces exclamó la señora Van Daan:
-Querida señora, no la comprendo. Yo soy verdaderamente
la modestia personificada. ¿Qué es lo que hace a usted dudarlo?
-Nada en especial -respondió mamá, ¡pero nadie diría que
usted brilla por su modestia!
A lo que replicó la señora Van Daan:
- ¡Me gustaría saber en qué carezco yo de modestia! Si no me
ocupase de mi misma, nadie aquí lo haría, y se me dejaría morir
de hambre.
Esta absurda observación hizo reír a mamá, lo que irritó más
aún a la señora Van Daan que continuó su perorata sazonada de
palabras interminables, en un magnífico alemán-holandés y
holandés-alemán, hasta que perdida en sus propias palabras,
resolvió abandonar la habitación. Al levantarse, se volvió para
dejar caer su mirada sobre mí. ¡Era como para verlo! En ese
momento yo tuve la desgracia de menear la cabeza, casi
inconscientemente, con una expresión de lástima mezclada sin
duda de ironía, a tal punto me sentía fascinada por su oleada de
palabras. La señora se crispó, se puso a lanzar injurias en alemán,
sirviéndose de una jerga sumamente vulgar. ¡Era un lindo
espectáculo! Si hubiera sabido dibujar, la habría pintado en esa
actitud; a tal punto resultaba cómica, demasiado cómica, la pobre
y estúpida mujer.
Después de esta escena, de cualquier modo, estoy segura de
una cosa: peleándose abiertamente una buena vez es como se
aprende a conocerse a fondo. ¡Es entonces cuando en realidad
puede juzgarse un carácter!
Tuya,
ANA
© Pehuén Editores, 2001.
)22(