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E L D IARIO DE A NA F RANK
valerosa como tú, tan perseverante! ¡Si tuviera tu energía tenaz!......
Me pregunto si no dejarse influir es de veras una cualidad.
Sigo casi siempre el camino de mi propia conciencia; quién sabe
si tengo razón.
En realidad, me cuesta comprender al que dice: «Soy débil»,
y sigue siéndolo. Ya que tiene conciencia de ello, ¿por qué no
remontar la corriente y enmendar el propio carácter? A esto Peter
replica... «Porque es mucho más fácil», lo que me desalienta un
poco. ¿Fácil? ¿Quiero decir que una vida perezosa y deshonesta
equivale entonces a una vida fácil? No. Me niego a creerlo; no es
posible dejarse seducir tan pronto por la debilidad y... el dinero.
He meditado largamente sobre la forma de responderle e
incitarlo a tener confianza en sí mismo, sobre todo a enmendarse;
pero ignoro si mi razonamiento es justo.
Imaginaba que poseer la confianza de alguien era maravilloso,
y ahora que lo he conseguido, empiezo a ver todo lo difícil que es
identificarse con el pensamiento del otro, hallar la palabra cabal
para responderle. Tanto más cuanto que los conceptos «fácil» y
«dinero» son para mí nuevos y totalmente extraños. Peter comienza
a depender, poco más o menos de mí, y yo no lo admitiré, sean
cuales fueren las circunstancias. Una persona como Peter
encuentra difícil sostenerse sobre sus propias piernas, pero aún
resulta más difícil hacerlo cuando se es un hombre consciente en
la vida. Como tal, es doblemente arduo seguir firmemente una
ruta a través del mar de los problemas, sin dejar de ser recto y
perseverante. Eso me vuelve cavilosa; durante días enteros, busco
y rebusco un medio radical de curarlo de esa palabra terrible:
«fácil».
Lo que le parece tan fácil y tan hermoso lo arrastrará a un
abismo donde no hay amigos ni apoyo, ni nada que se vincule a la
belleza; un abismo del que es casi imposible salir. ¿Cómo hacérselo
comprender?
Todos vivimos sin saber por qué ni con qué norte, y siempre
buscamos la felicidad; vivimos todos juntos y cada cual de manera
diferente. Los tres fuimos educados en un buen ambiente, estamos
capacitados para el estudio, tenemos la posibilidad de realizar algo,
y muchas razones para esperar la felicidad, pero debemos hacer
algo para alcanzarla. Realizar una cosa fácil no demanda ningún
esfuerzo. Hay que practicar el bien y trabajar para merecer la
dicha, y no se llega a ella a través de la especulación y la pereza. La
pereza seduce, el trabajo satisface.
No comprendo a las personas que desdeñan el trabajo, aunque
no es el caso de Peter; lo que le falta es un objetivo determinado;
se considera poco listo y demasiado mediocre para llegar a un
resultado. ¡Pobre muchacho! Nunca ha sabido lo que es hacer a
los demás felices, y eso yo no puedo enseñárselo. No tiene religión,
se burla de Jesucristo, y blasfema usando el nombre de Dios;
tampoco yo soy ortodoxa, pero me entristece su desdén, su
soledad y su pobreza de alma.
Pueden regocijarse quienes tienen una religión, pues no le es
dado a todo el mundo creer en lo celestial. Ni siquiera es necesario
temer el castigo, después de la muerte; no todos creen en el
purgatorio, el infierno y el cielo, pero una religión, sea cual fuere,
mantiene a los hombres en el camino recto. El temor a Dios
otorga la estimación del propio honor, de la propia conciencia.
¡Qué hermosa sería toda la humanidad, y qué buena, si, por la
noche, antes de dormirse, cada cual evocase cuanto le ocurrió
durante el día, y todo lo que hizo, llevando cuenta del bien y del
mal en su línea de conducta! Inconscientemente y sin titubeos,
las personas se esforzarían por enmendarse, y es probable que
después de algún tiempo se hallarán frente a un buen resultado.
Todo el mundo puede probar este simple recurso, que no cuesta
nada y que indudablemente sirve para algo. «En una conciencia
tranquila es donde radica nuestra fuerza». El que lo ignore puede
aprenderlo y hacer la prueba.
Tuya,
ANA
© Pehuén Editores, 2001.
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