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del desastre. Mouschi, al encontrar la caja donde hace sus
necesidades demasiado ocupada, utilizó el espacio adyacente, en
tanto que Peter, con mano firme, quería poner al gato en el lugar
indicado. Se produjo un estrépito, y el culpable, cuando hubo
terminado, huyó por la escalera.
Sin embargo, Mouschi había tratado de utilizar en parte su
recipiente con aserrín. Sus orines resbalaron de la buhardilla, por
una rendija, al techo del desván y, por desgracia, precisamente
encima de las patatas. Y como el techo del desván no está
desprovisto de pequeños agujeros, gotas amarillas cayeron sobre
un montón de medias y algunos libros que se hallaban sobre la
mesa. Yo me moría de risa; a tal punto el incidente resultaba
cómico: Mouschi metido debajo de una silla. Peter con el agua
con cloro y un trapo, y Van Daan calmando a todo el mundo. El
desastre fue rápidamente remediado, pero nadie ignora que los
orines de gato exhalan un hedor espantoso. No sólo las papas de
ayer nos dieron la prueba flagrante, sino que el aserrín que papá
ha quemado lo demostró también.
Tuya,
ANA
P.D. - Ayer y esta noche, nuestra bienamada reina se dirigió a su pueblo por radio.
Dijo que se toma vacaciones, con el fin de regresar a Holanda con nuevas fuerzas.
Ha hablado de su retorno en un porvenir cercano, de liberación, de valor heroico y
de pesadas cargas.
Enseguida, un discurso del ministro Gerbrandy. Por último, un sacerdote ha
implorado a Dios para que vele por los judíos y por todos cuantos se encuentran en
los campos de concentración, en las cárceles y en Alemania.
Viernes 12 de Mayo de 1944
Querida Kitty:
Te parecerá extraño, pero estoy tan ocupada en este
momento que me falta tiempo para terminar el trabajo que se me
ha acumulado Quieres saber todo lo que tengo que hacer? Pues
bien, mañana tendré que terminar la primera parte de Galileo
Galilei, porque hay que devolver el libro a la biblioteca. Hasta
ayer no lo empecé, pero conseguiré terminarlo.
Para la semana próxima tengo que leer La encrucijada de
Palestina y el segundo tomo de Galileo. Ayer terminé la primera
parte de la biografía de El emperador Carlos V, y debo ordenar
todas las notas y los árboles genealógicos. Tengo, además, las
notas de otros libros, en total tres páginas extranjeras que pasar
en limpio y que aprenderme de memoria. Está también mi
colección de artistas de cine, que se ha vuelto un revoltijo, y me
es absolutamente necesario clasificarlas; pero este caos me llevaría
algunos días, y me temo que tendrá aún que quedar abandonado
a su suerte, por el momento, pues la «doctora» Ana, como ya te
dije, se siente desbordada.
Tesco, Edipo, Orfeo y Hércules me aguardan; esperan que
mi cabeza se ponga en orden, porque sus acciones se han
introducido en ella como un tejido de hilos embrollados y
multicolores. Mirón y Fidías también tienen necesidad urgente
de ser tratados, pues si no corren el riesgo de desaparecer del
cuadro. Pasa lo mismo, por ejemplo, con la Guerra de los Siete
Años y la de los Nueve Años; es para mí una confusión
inextricable. ¿Cómo hacer con una memoria tan desdichada como
la mía? ¡Prefiero no pensar en lo que será cuando tenga ochenta
años!
Y me olvido de la Biblia... Me pregunto cuánto tiempo tardaré
en llegar a Susana en el baño. ¿Y qué quieren decir con los pecados
de Sodoma y Gomorra? ¡Qué de preguntas y qué de cosas por
aprender! He abandonado completamente a Liselotte von der
Pfalz. Ya ves, Kitty, que me siento desbordada.
Ahora, otra cosa. Ya sabes desde hace tiempo cuál es mi
mayor anhelo; llegar un día a ser periodista, y más tarde escritora
célebre. ¿Seré capaz de concretar mi ambición? ¿O es mi manía
de grandeza? Habrá que verlo, pero hasta aquí los temas no me
faltan. En todo caso, después de la guerra, querría publicar una
© Pehuén Editores, 2001.
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