El Corán y el Termotanque | Tercer número | Page 36

EL ESPECTADOR Por Jeremías Walter Ilustra Leandro Mario Rodríguez N o toma carrera. Ni siquiera porta armas, hombre… Simplemente, te abre la tapa de los sesos, y con las manos, con sus finas manos, toma todo. Primero, arranca los hilos que lo atan al cráneo. Duele. Algo en vos quiere estirar el dolor: «Despacio, disfrutalo, nadie nos apura». ¿Veo bien? Cuando toma tu cerebro, aprieta con las manos, con sutileza, pero con la fuerza necesaria. ¡Ah, sabe manejar la fuerza! Con la fuerza necesaria para que caiga jugo, ¡y todo eso cabe en sus manos! En sus pequeñas manos tu cerebro cabe. Debo decirte, amigo: nunca vi a nadie manipular así un cerebro. Sin ver siquiera el color de tus humores, el líquido cae. Muchos líquidos que son uno mismo. Y antes de que la primera gota toque el suelo, abre la boca. Su pequeña boca esconde el universo. Puedo verlo todo, un negro que jamás experimenté. Y todo el jugo le llena la boca, y atraviesa su garganta. Los ojos siempre abiertos, lo vemos: ¿Por qué no disfruta de tus jugos? ¿No son acaso refrescantes? Todo lo pude ver. Porque dos veces estuve allí: adentro y afuera. ¡Cómo se relamían mis ojos! Con las tripas ya lubricadas, falta lo mejor para el final (el cerdo que hay en vos se deleita). Abre la boca, y eructa. «Está haciendo espacio». Sus ojos están clavados en tu cerebro, iluminándolo. Cierra la boca. Sonríe. Unos segundos se interponen en el camino, entrometiéndose. Los espantás rápido con la mano para ver el final. Con ellos se va su sonrisa. Alzando las manos hasta donde dicen que se encuentra el pasado, sostiene allí arriba la carnada un instante. Y antes de que empezaras a babear, ¡abre tu boca y empuja todo el manjar, llenando tus tripas! Tu cerebro no le apetecía. Ahora tenés el cráneo vacío. Tus ojos miran hacia adentro, y hacia afuera. Ni tu cerebro ni el gourmet siguen ahí. Pero tu estómago está lleno. Lleno de todo lo que tus palabras jamás podrán decir. Lleno de manera poco elocuente. Hay energías que se desbordan. Aprendés a rezar para que deje de agitarse el infierno dentro de vos. Las piernas te llevan hacia todos lados. Te mordés la lengua. Querés vomitar, pero no podés. Y no sé cómo, pero digeriste todo. Y ahora sí, vacío, te echás a dormir, mientras dejás que otro cuente todo por vos… 36