El Corán y el Termotanque | Tercer número | Page 37

M Por Marianela Luna ientras te espero me vuelvo agua. La casa, que es fría en todas las estaciones, hoy descubre un microclima: dentro de mí ya es verano. Irradio calor a cada paso en este absurdo salir y entrar de las habitaciones que no consigo detener. El humo de los cigarrillos esboza una nube premonitoria; nos veo uno y flotando. El cenicero saturado delata mi ansiedad. En secreto, la pila de colillas erige un monumento a la espera. Suena el timbre y la sola idea de imaginarte en mi puerta vuelve agua toda la casa. Me escurro hasta tu encuentro y en un abrazo que suprime los preámbulos, encarnamos el deseo. Con la fuerza de una catástrofe, te abalanzás sobre mí y pateás furioso la puerta; afuera quedan los fantasmas. Me tomás tan fuerte de las caderas que siento elevarme. Celosas, mis piernas se suman al delirio envolviendo tu cintura, acaso ajusticiando el espacio entre mi humanidad y la tuya. Caminás por los dos hasta la cocina donde la urgencia nos desviste. En el suelo, las prendas dibujan los vértices de nuestra constelación. Percibo el frío del mármol en mis nalgas húmedas. La mesada nunca presagió semejante banquete. El frenesí me arrebata y acerco tu pija hasta mí, dirigiéndola ansiosa con la mano. Verme así te calienta y noto tu esfuerzo por no estallar. Me adhiero tanto que las tetas parecen escaparse de mi cuello y el perfecto paralelismo de nuestros cuerpos nos vuelve uno. Sólo tus pies tocan el piso; los míos te apresan. Me mordés con una furia que enciende un nuevo ritmo y altera la cadencia. El apetito me vuelve mezquina, quiero absorberte por completo, disipar el borde que d [[