El Corán y el Termotanque | Tercer número | Page 29

ALDINE Por Pablo Castro Leguizamón guesa en la mesa de luz, y se sentó en la cama. Ella empezó a desabrocharle la bragueta, sacó su miembro y comenzó a besarlo. Yo aproveché para levantarme y apagar la luz, el momento no era tan sensual como imaginé. Cuando volví a la cama, a tientas, descubrí que se había puesto en cuatro, le corrí la bombacha y luego de ponerme un forro la penetré sin piedad. Ella gemía. Cacho prendió el velador y se reía mientras ella le chupaba la pija. Yo le hacía señas para que apague la luz, me daba impresión lo ancha que era desde atrás, cómo tenía que abrir mis brazos para agarrarla de la cintura. A Cacho esta situación evidentemente lo divertía, porque cada dos minutos prendía la luz. Encima la gorda cada vez que Cacho prendía la luz se corría hacia un costado para que yo viese lo que hacía con su boca, adoptando una pose de revista pornográfica que no se condecía con la imagen de erotismo que yo tenía. Yo quería acabar y olvidar el asunto, pero en la oscuridad, Geraldine nos pidió una doble penetración. «Vos abajo, negrito». Yo le hice caso con la esperanza de que Cacho se deje de romper las bolas con la luz, así en la oscuridad podía pensar en una película porno y acabar de una vez. Imaginaba que estaba con Jenna Jameson, en Infierno Anal 4, pero de golpe se me aparecía la escena de Liberen a Willy en la que la orca salta por encima del niño protagonista. Así no es fácil. Mis temores de que me aplaste fueron infundados, Geraldine apoyó sus rodillas a mis costados, tomó mi pene semierecto que desapareció entre su entrepierna. Cacho le empezó a meter los dedos con saliva en el culo, pero ella pidió lubricante. Me la seguí garchando un rato mientras trataba de esquivar sus besos y sentí que Cacho volvía a subir a la cama. Le ponía algún lubricante que la hacía delirar, se chorreaba por el orto del cetáceo y me hacía cosquillas en las bolas y se me desparramaba por el culo. Cuando Cacho la penetró ella se arqueó y gemía mientras me pasaba el mondongo por mi pelvis en un movimiento circular que me recordaba al zamba del Italpark. Cuando gritó «¡Ay, me están matando!», acabé. Me quería ir a la mierda pero tuve que esperar que Cacho se la siga dando de atrás un rato largo, mientras mi pobre pija se escurría como un gusano y se perdía entre los pliegues de grasa que adivinaba en la penumbra. Cuando por fin Cacho terminó en un quejido, me retiré y sacarme el forro y meterme al baño fueron un segundo demasiado largo. Me quería sacar el olor a látex y volver a mi casa, donde me esperaba mi novia que se me antojaba la mujer más linda del mundo a estas alturas. Mientras me enjabonaba noté unos grumos marrones entre mi vello púbico. El agua no los barría fácilmente, tuve que tomarme mi tiempo para sacarlos casi de a uno. Al volver a la pieza Cacho me esperaba para entrar a su vez al baño. «Lindos ojos tiene, dijiste, sorete». Yo sonreí y le hice shh con el dedo en la boca. La luz de la pieza estaba prendida y noté que en la mesita de luz había