El Corán y el Termotanque | Tercer número | Page 27
de insatisfacción eterna. Sin embargo hay un deseo que los
iguala, nos iguala. Viene de la misma sangre, de cualquier aire.
Resiste al miedo, no lo amilana la muerte ni la calma. Ahora
pasan unos pájaros y se mueven en grupo como un cardumen.
Es increíble, pero la formación y los movimientos son impredecibles. Vienen de la campiña y me han contado que trataron de erradicarlos porque ensucian la calle y los autos. Pero
no pudieron. Es la única señal de naturaleza y la rechazan. Y
aún así no lo logran. La vida se abre camino, aquí como en
cualquier lado.
Ese año había cambiado algo en las ceremonias. Los chicos
habían crecido. Había que bajar más al pueblo a que pudieran acercarse a los otros adolescentes, sobre todo Lorena, la
más grande de Raúl. El mayor de los hermanos. Raúl había
heredado el negocio, un comercio minorista de insumos de
panadería en la parte buena de Saladillo. La menor de las hermanas era soltera, una soledad elegida, sin fracasos como solía
decir, como quien no quiere jugar una ficha de dos pesos en un
casino, para no perder. La del medio tenía tres varones, uno
de doce, otro de once, y un recién nacido. El marido trabajaba
en el comercio, como repartidor. Lorena se estaba haciendo
mujer –eso decían todos–, Lorena ya no iba al arroyo con los
chicos ni jugaba a la pelota con ellos, ni a la Oca. Usaba corpiño y amaba secretamente a un joven que la doblaba en edad.
Amaba, claro es