El Corán y el Termotanque | Sexto número Año 2, número 6 | Page 5
de chorizo: no se consigue más buena carne y algunos ya empezaron a comerse los caballos
de la Bolsa de Comercio viene una música y es porque está la gran feria de intercambio donde
se tiran papeles viejos o se los regalan a los pobres que piden monedas
un ingeniero explica en ronda cómo hacer una casa sólida con cajones de frutas y los verdule-
ros lo denuncian por temor a los saqueos
todavía hay barquitos en el parque para andar por el lago, pero ahora tienen escopetas y el
juego consiste en simular un enfrentamiento por equipos
la policía, ya sin formalismos, se dedica a robar sin tapujos y rodean manzanas para saquear
las casas asignadas por sorteo de la lotería provincial
los jueces siguen firmando sentencias que no leen pero que siempre tienen una pena bien
dura aleccionadora
detrás de unos cortinados, por unos cuantos pesos, uno puede descargar su bronca torturando
a un acusado de ladrón mientras escucha cómo un escribano va repasando los códigos violados:
después sale y camina más tranquilo soñando el éxito como si no conociera el fracaso
—¿qué ofrece ahora el panadero?
—todavía los escones, por el momento
el pintor ahora no consigue pincel y le arranca mechones a los chicos que le pasan por al lado
—¿qué más quieren, si tengo agua nomás? —exclama el heladero ante un escrache de clientes
disconformes— váyanse manga de desparpajados— chilla y empiezan a lloverle cascotes y
soretes secos desde los árboles
un indigente encontró un huevo de codorniz y quiso montar una fábrica, levantó pedidos:
huevo de gallina chiquita –ofrecía— ideal para el té, pero ningún pichoncito salió y los dam-
nificados se organizaron y lo molieron a palos para cobrarse la deuda
—vino, como dicen— pide el almacenero que se hizo líder de opinión y formó un convoy
que lo sigue y lo respeta y lo obedece, sobretodo cuando hay que intimidar a alguien para que
lo dejen comer tranquilo en el restaurant al pie del puente que ofrece la comida que alcanzan
a robar del pueblo vecino
—¡con estos colores no se puede cristalizar la pasión de un instante!— se queja el pintor
—no saben nada del goce, no lo experimentaron, qué saben del croma, del germa, de la sus-
tancia sensible, qué saben, ni te gastes —llora el poeta— yo acá dejo mi palabra, que no vale
mucho últimamente, pero que me estremece, ay, nos estremece, se me aflojan las patas…
El pintor, nervioso, va de un lado al otro, se para ante la obra, la mira, se rasca, y camina
—¡más respeto con el artista, degenerados!— grita el músico —¡quién va a retratar esta guerra
que no parece guerra!
—compórtense y combatan que salimos al aire— hace docencia un productor y busca al
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