El Corán y el Termotanque | Quinto número Año 2, número 5 | Page 32

Por D.P. Estaba comiendo una ensalada Ilustra Sucio cuando de pronto, un estruendo desafinado provocó la des- pedida súbita de mi garganta del enorme bocado de tomate condimentado con aceite que apenas había alcanzado a masticar. El desgraciado cayó al suelo y debí agacharme rápidamente para levantarlo antes que el piso entablado de madera quedara bautizado para siempre. En ese momento, estando cerca del piso, noté la vibración de las vigas y de imprevisto nuevamente apareció el sonido brusco desde afuera. Me levanté asustado con un movimiento veloz y me golpeé la coronilla contra la mesa, lo que desencadenó el accionar descoordinado y doloroso de mi cuerpo tum- bándose de panza sobre la madera. Sentí el tomate frío mojándome el pecho y manchándome la ropa, y la furia bastó para olvidar la mugre del piso. Mi único objetivo en ese momento se convirtió en ponerme de pie y descubrir lo que causó el sonido infeliz que me engendró esta desgra- cia insalvable. Así es que entre rezongos me sostengo de la mesa y, cuidando no recibir otro golpe de sus bordes afila- dos, me incorporo con firmeza y me dispongo a terminar este asunto que ha interrumpido mi cena. Inicio mis pasos hacia la puerta y el segundo pie que apoyo resbala irreme- diablemente sobre algo. Reincido sobre el piso y sobre el enojo. Observo la rodaja de tomate aplastada una y otra vez. Advierto el coxis dolorido, probablemente estropeado. Resuena el atropello de algo catastrófico que ya no averi- guaré qué es, y me resigno a todos los intentos de controlar la situación y no llegar al llanto. Lo único que deseo ahora es alcanzar la heladera y descubrir no haberme olvidado anoche de llenar la cubetera con agua 30